Diario Córdoba

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ENTRE LÍNEAS

Juan M. Niza *

Dignidad, porque pagamos por ella

La semana pasada hubo un imperdonable ataque verbal a una ministra en el Congreso

Es gravísimo que se insulte a una persona y más grave que sea a una mujer por, en el fondo, solo su condición de mujer, que es lo que ocurrió la semana pasada en el Congreso con un imperdonable ataque verbal a una ministra y parlamentaria. Pero permítanme que, en vista de que se ha hablado mucho y bien de la cuestión y poco puedo aportar a ello, vaya más allá de esa violencia cargada de machismo que, insisto, no deja de ser algo condenable.

Así, primero, quiero recordar que en una democracia el monopolio de la fuerza, incluida la violencia verbal, lo tiene el Estado con las leyes que nos damos entre todos. Y punto. Lo demás son chulerías, agresiones, violencia y maltrato... Cuando no delitos. Y segundo, porque un parlamento, una corporación municipal o una cámara provincial o regional no deja de ser un servicio público, y quienes cobran por estar en estas instituciones, son servidores públicos. Yo lo veo muy claro: un cargo en el momento que recoge su acta ya no representa solo a sus votantes, representa a todos, pues todos le pagamos su sueldo. Otra cosa es que después, por supuesto, defienda tal o cual postura según los que le han votado y las ideas correspondientes, para eso está. Pero sin dejar ni un momento de ser consciente de que es servidor de todos. Si se tuviera eso en cuenta, casos bochornosos como los que se están multiplicando no existirían. Es algo muy sencillo y no una cuestión ideológica, que tampoco sería malo porque tener ideas o ser de una ideología, la que sea, es algo perfectamente correcto. Lo digo por puro pragmatismo, eficacia y egoísmo: Quiero por lo que pago en impuestos tener los mejores servicios públicos posibles (y los parlamentos lo son) y, a ser posible también, de manos de los mejores servidores públicos.

Pero me estoy desviando del tema, que es el decoro que es exigible a los que nos representan. Porque casi todos los ciudadanos de derechas, de izquierdas, de muy izquierdas y de muy de derechas, pese a nuestras ideas distintas tenemos algo en común: cuando tratamos entre nosotros a diario, cuando vamos por la calle, hacemos la compra, subimos al bus, echamos la peonada o entramos en un bar... Usamos la cortesía, la educación, la empatía (ponerse en lugar del otro), el diálogo, el sentido común... Con cuánta más razón hay para exigir esa dignidad, mesura, visión institucional y cierta ejemplaridad a los que nos representan, ¿no?

Es obvio que la estrategia de un grupo, porque seguro que habrá más incidentes como el de la semana pasada, consiste en que se produzcan muchas de estas vergonzosas algaradas en las más altas instituciones para que, al final, el ciudadano abochornado no sepa quién inició la trifulca, todo se enmierde y se termine abominando de los grandes órganos donde debe de reinar la dignidad de quien representa a un pueblo. Ya digo que sería un éxito para algunos. Por eso, quizá, ahora el diálogo, la cortesía, la educación, las buenas formas y el saber estar son instrumentos más importantes que nunca para quienes nos representan, mientras que el ciudadano deberá estar mucho más atento para distinguir entre el follonero y el decente. Sean quienes sean y cuando sea. Violencia política aparte.

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