Diario Córdoba

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Ángela Labordeta

EL TRIÁNGULO

Ángela Labordeta

Morir dos veces

Son como enfermos invisibles porque dejan de vivir y no consiguen salir de su noche que es perpetúa, alargada y prolongada y por eso su enfermedad deja de ser una enfermedad para convertirse en una manera de vivir lejos de la vida, de sus recuerdos y de sus planes cotidianos. «No es justo», me decía el otro día una vecina de barrio, que no de casa, y que convive hace años con un familiar que nadie sabe si quiere seguir viviendo, pero que se mantiene atado a la vida debido a esa forma tan extraña que tenemos de mirar a la muerte, a la que no queremos concederle ni un sola ventaja a pesar de que siempre nos gana y en ocasiones lo hace en vida. Esa vecina no sabe por qué él sigue vivo, él que no habla, él que no sonríe, él que no quiere comer, él que no reconoce, él que no quiere vestirse, él que deambula por la casa y en ocasiones llora largamente, él que ha olvidado que tuvo hijos, mujer y vida, y a pesar de no saberlo lo cuida y le habla como si él pudiera recordar las cosas hermosas y lo que ella piensa es que algo en algún sitio tiene que recordar, pero como recuerda tan mal y tan poco y resulta tan doloroso, prefiere volver a esa noche alargada, perpetúa y prolongada que es su vida desde que le diagnosticaron la enfermedad de Alzheimer.

Me gusta verla de vez en cuando, me gusta porque me habla de las cosas con resignación y a pesar de no entender la razón por la que él nada más jubilarse y «cuando la vida les iba a dar una segunda oportunidad» tuvo que enfermar, ella sigue siendo una mujer alegre, diría que de vez en cuando canta, y en ocasiones hasta olvida que él no la reconoce y olvida el olor de su enfermedad y cuando lo ve sentado en el sillón del comedor, con ese rostro que es de nada, ella simplemente piensa que está dormido y eso le consuela y el consuelo es una tabla de salvación en medio de la marea.

Algún día la veo de lejos, muy cansada, arrastrando el carro de la compra y su dolor, y en esos días no me habla, ni siquiera me mira y avanza por la acera pequeña y encorvada como una heroína anónima de tantas vidas que tiene que salvar. En esos días pienso que quizá no haya dormido porque él haya gritado más de la cuenta o haya llorado más de lo necesario o simplemente se haya orinado encima y ella, aunque valiente, haya sentido en el costado el terrible pinchazo de la vida que es la vida del otro cuando ya no es su vida, porque ya no es un niño chico al que se le escapó el pipí por miedo, es un hombre que se descompone medio desnudo en una charco sin recuerdos.

* Periodista y escritora

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