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Un Mundial controvertido

El Mundial de fútbol es, junto con los Juegos Olímpicos, el acontecimiento deportivo de más proyección planetaria y adquiere una trascendencia global que va más allá de la estricta competición e incluso de sus múltiples facetas puramente económicas. El caso de Qatar es emblemático en este sentido, ejemplo meridiano de que deporte y política no son dos universos aislados, sino que mantienen relaciones muchas veces turbulentas en las que aprovechar el enorme empuje que a nivel mediático representa un evento de tanta magnitud se convierte en una estrategia de Estado. Al servicio de la modernización e internacionalización de un país o ciudad (como lo fueron los Juegos del 92) o como instrumento de blanqueamiento de regímenes con discutibles ejecutorias en materia de derechos humanos. 

La elección de la sede del Mundial de 2022, en 2010, ya estuvo empañada de múltiples denuncias por corrupción y soborno que se materializaron en lo que la revista France Football llamó ‘Qatargate’, a partir de la noticia del encuentro entre el entonces presidente Nicolas Sarkozy, los presidentes de la UEFA y la FIFA y el entonces príncipe y hoy emir de Catar Tamin Hamad Al Thani. Meses después del triunfo del emirato, la organización Qatar Sports Investments adquirió un PSG que estaba en la ruina. La FIFA encargó una investigación interna sobre los presuntos sobornos que quedó en nada, lo que provocó la dimisión del redactor del informe, antiguo fiscal general de Estados Unidos. 

Ni los déficits estructurales (estadios, hoteles, vías de comunicación) ni la necesidad de jugar el Mundial en plena temporada de competiciones nacionales (por primera vez en la historia, en pleno otoño) para evitar el tórrido verano del Golfo fueron hándicaps para colaborar con la maniobra propagandística del régimen de la familia Al Thani. Pero el Mundial, más que blanquear una situación deplorable en cuanto al respeto por los derechos humanos y la libertad de expresión, a la explotación de los trabajadores y el desprecio por su seguridad y sus vidas, a la persecución del colectivo homosexual y la discriminación de la mujer, ha puesto toda esta realidad delante de los ojos del todo el mundo. Mal negocio.  

Más que blanquear las deplorables situaciones de explotación laboral, falta de libertad de expresión y discriminación de género, la cita las muestra al mundo

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Ante esta realidad evidente, existe la opción individual y legítima de renunciar a prestar interés alguno al Mundial. Muchos seguidores de este deporte están exponiendo que esta será su actitud. Otros quizá no se sumen a este boicot de atención (o acaben relajándolo a medida que avance la competición). No les puede cargar con la responsabilidad de conseguir algo que ninguna institución deportiva o política se ha llegado a plantear, ni los mismos deportistas que no han puesto objeciones a acudir. 

En esta situación, se puede cuestionar también cuál ha de ser la actitud de los medios de comunicación en su cobertura de este polémico Mundial. Y su papel no puede ser el de sumarse a un apagón informativo, ni tampoco el que el que parece que desearía el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, hablar solo de lo que sucede sobre el césped. Más bien es el de facilitar un seguimiento de los aspectos deportivos que despiertan un notable interés en su audiencia y ofrecer una información crítica y completa del lado oscuro de esta cita, sin dejarse engañar por la fachada de cartón piedra (con los seguidores de las selecciones sustituidos por extras, con instalaciones mastodónticas e incongruentes en plena crisis ambiental o supuestos avances aperturistas). En resumen, cumplir con su función. 

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