Diario Córdoba

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Rosa Luque

ENTRE VISILLOS

Rosa Luque

Adiós a la gran dama de la lírica cordobesa

La muerte de la soprano Carmen Blanco a los 92 años cierra una dorada era musical

Se había propuesto cantar en donde la llamaran, por supuesto siempre por amor al arte, hasta que su voz no diera más de sí, por estirar todo lo posible ese placer único de emocionarse y emocionar al público. Y consiguió lo que quería hasta que, ya casi nonagenaria, la magnífica técnica que había pulido desde la adolescencia y la voluntad de hierro que escondía tras una sonrisa tierna no fueron suficientes para suplir los fallos de la garganta. Pero eso ocurrió ayer mismo como quien dice, y hasta el momento en que no le respondieron los pulmones, que eran su orgullo, Carmen Blanco siguió participando en dos o tres coros a la vez y repartiendo conocimiento y consejos -con sencillez, sin pedantería o engreimiento- entre cuantos se los pedían. El pasado sábado la gran dama de la lírica cordobesa se marchaba a los 92 años, tan discretamente como había vivido.

Se apagaba para siempre la voz dulce y perfectamente proyectada que la soprano lírica de La Rambla paseó en representaciones operísticas, pero sobre todo recitales por toda España y algunos países extranjeros; no muchos (Italia, Suiza, México), porque prefirió la cercanía de la familia y los colores y olores de Córdoba a cimentar una carrera internacional. Su muerte deja un enorme sentimiento de orfandad entre los muchos alumnos que asistieron a sus clases de Canto en el Conservatorio, hoy convertidos algunos de ellos en destacadas figuras de la lírica, y los amantes de la música clásica en general. Todos recuerdan la delicadeza de su lieds, en los que ponía el alma; el estremecimiento que producía, por ejemplo, oírla entonar ‘La adelfa’ -hermosa pieza escrita para ella por su amigo Ramón Medina hijo-, una de las últimas veces junto al tenor Pablo García López, que siente reverencia por su profesora. Y todos, sin decirlo demasiado alto para no herir susceptibilidades -las necrológicas se escriben para los vivos, no para los muertos-, intuyen el final de una época musical grande para Córdoba. Porque, desaparecidos esta mujer singular; su profesor, el catedrático de Canto Carlos Hacar; el ya citado Ramón Medina Hidalgo y el también compositor e incomparable animador musical de la vida cordobesa que fue Luis Bedmar, solo queda Pedro Lavirgen -larga vida para el famoso tenor de Bujalance- como testimonio de una era dorada que se apaga.

Les sucederán otros que ya despuntan en el universo clásico, pues el cambio generacional está asegurado con nuevas voces e inquietudes eternas. Otros nombres que se abren paso en la lírica con ilusiones y ambición. Quizá la que le faltó a Carmen Blanco, como ella misma reconocía sin pesar ni nostalgia al hacer balance de su trayectoria, para hacerse escuchar desde escenarios de medio mundo que sin duda la hubieran requerido. Pero, concluidos a mitad de los años setenta los cursos de perfeccionamiento en Madrid, que simultaneaba con su pertenencia al Coro Nacional de España, Carmen optó por volverse a Córdoba, donde la aguardaba el que era su marido desde 1956, el abogado Fernando Valls, que le proporcionaba amor y admiración incondicional, además de la seguridad económica que la libraba de entrar en un juego de rivalidades y competencias que nunca le gustó. De modo que, con el corazón dividido, estableció en su tierra los cuarteles de invierno y se volcó en la enseñanza, que ya jubilada del Conservatorio a los 65 años seguía impartiendo, con ayuda de dos pianos y mucha generosidad y entrega, en su piso de la calle Reyes Católicos. Mientras, sin divismos ni resquemores, siguió haciendo lo que más deseaba, cantar, cantar y cantar. Y así hasta el final.

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