Un clérigo va por la calle con el turbante puesto. De pronto un joven pasa a su lado y ¡zas! de un manotazo en la cabeza le quita el turbante. Este gesto absolutamente revolucionario de los jóvenes iraníes se está haciendo viral en las redes sociales y en las calles de Teherán y otras ciudades importantes del país. 

De hecho fue la mejor noticia del día. Fue genial. Por fin podías ver algo divertido y muy serio a la vez, que está pasando en el mundo sin cabrearte con los telediarios sobrecargados de desgracias y sucesos. De hecho, este gesto tendría que entrar en las nuevas disciplinas olímpicas: es rápido, preciso, sincronizado y audaz para salir pitando. Hay que practicar mucho para sorprender a los ayatolas y dejarlos desprovistos de sus turbantes represores y con sus alopecias al aire. La práctica olímpica se podría denominar «Manotazo al clérigo».

Este nuevo signo de protesta en Irán es más efectivo que todos los discursos juntos. Quitar el turbante a los oscuros mullah o policías de la moral es el último gesto de rebeldía de los jóvenes que arriesgan su vida a la carrera, mientras el turbante rueda por el suelo, desprovisto ya de cualquier prestigio (si es que alguna vez lo tuvo). Un gesto de rebeldía que ha surgido en apoyo a las mujeres castigadas por no llevar velo o por ir a la escuela, y que ha explotado con el asesinato de Mahsa Amini, una chica de veintidós años, a manos de la policía moral por llevar el velo mal puesto. Ahora con la revolución de los turbantes caídos estos personajes nefastos y podridos reciben su propia medicina. Además de la vergüenza que sufren al ser objeto de las risas, carcajadas y aplausos de medio mundo. De esa gran parte del mundo que no está enfermo de religiones sucias y malignas. 

Ojalá estos jóvenes puedan seguir poniendo en ridículo a los fantoches del régimen en Irán. Ya que su fin no es otro que ridiculizar el gobierno de los ayatolas. Esos seres envueltos y escondidos en telas y turbantes que ejercen el poder porque en el fondo tienen un miedo atroz a verse desnudos. Ojalá podamos seguir disfrutando todavía de esa gallardía juvenil de simular hacer deporte por la calle (y lo hacen, vaya si lo hacen), en busca de un buen turbante digno de llevarse un manotazo y que ruede por el suelo, como augurio del fin de un régimen instalado en la represión y el terror. Y ojalá que estos intocables solo se protejan del escarnio poniéndose un lazo en la cabeza atado a la barbilla para sujetarse el maldito turbante. Verlos es para partirse de risa sino fueran tan dramáticamente peligrosos. 

* Periodista y escritora