Diario Córdoba

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Araceli R. Robustillo

Macondo en el retrovisor

Aracely R. Robustillo

La parte que nos toca

Denunciar y reprobar puede marcar un antes y un después en la lucha contra la violencia machista

En los momentos más difíciles del coronavirus aprendimos (o al menos deberíamos haberlo hecho) la importancia de cumplir cada uno con la parte que nos toca, ya sea en una pandemia o en la lucha contra cualquier otra lacra social, como la violencia machista. Y sin embargo, no todos sabemos, o queremos, tomar cartas en según qué asuntos. Siempre es más fácil caer en la tentación de responsabilizar al sistema y seguir a lo nuestro.

La semana pasada un hombre de 41 años acabó con la vida de su pareja, Imane Saadaoui, en un pequeño pueblo cacereño, que apenas supera los 5.000 habitantes, Valencia de Alcántara. Tras la muerte de esta joven de 30 años, que deja dos huérfanos, asistimos a las consabidas manifestaciones de condena y repulsa.

Todos coincidieron en el que el sistema volvió a fallar, una vez más, a las víctimas, claro. Una perogrullada, vaya. 36 muertas en lo que va de año, 1.166 desde que comenzaran a contabilizarse en 2003, son sin duda la prueba más fehaciente de que el régimen de protección y las medidas judiciales disponibles no son siempre efectivos.

Pero a lo mejor, como sociedad, también es tiempo de hacer un poco de autocrítica y empezar a apechugar con nuestra parte de corresponsabilidad en esta historia. Porque que nuestro ‘papel’ en este macabro contador de muertes se limite a ser ‘mirones de piedra’ es cuanto menos lamentable.

Donde la ley o la educación no llegan, deberían hacerlo simplemente la humanidad, la empatía y la compasión, para con todo aquel que esté sufriendo cualquier tipo de abuso o maltrato con el conocimiento, cierto o no, de la comunidad en la que vive.

Yo vengo de un pueblo pequeño. Uno de esos en los que ‘todo se sabe’ y me es muy difícil imaginar la posibilidad de que la familia del asesino y de la víctima, sus amigos, sus allegados, los vecinos y hasta el médico y el cura, si me apuran, no estuvieran al corriente de la situación. Más aún habiendo habido denuncia de por medio, separación y medidas de alejamiento y la posterior vuelta a casa, porque no quedaba otra.

Es difícil digerir qué sucedió para que ninguno de esos que estaban al tanto de los ‘hechos’ diera un paso al frente, o al menos ninguno efectivo, para acabar con una situación que ponía en peligro de muerte, literalmente, a una mujer vulnerable, no solo por su condición de maltratada, sino también por ser extranjera y estar así más aislada por sus limitaciones lingüísticas y la falta de una red familiar que la arropase.

En el año 2000 se estrenó una laureada película titulada ‘Cadena de favores’. Protagonizada por Kevin Spacey y Helen Hunt, plantea cómo se puede mejorar el mundo, empezando por nuestra propia vida y la de quienes nos rodean, ayudando a otros a hacer algo, que no son capaces de hacer por sí mismos, y que ellos, a su vez, devuelvan el favor.

Parece una receta utópica y simple, y sin embargo, yo creo que a todos nos sorprendería comprobar el ‘efecto’ que un poco de bondad puede crear en el día a día del infierno personal de cualquiera. Y no se trata de entrometerse en los asuntos de nadie, ni dejar de respetar su intimidad, sino de tenderle la mano a alguien sin que tenga que pedirlo, no porque no quiera, sino porque no puede.

A menudo me sorprende cómo en esta sociedad nuestra, que roza el exhibicionismo más burdo con los detalles más nimios de nuestra existencia, sobre todo en redes sociales, luego haya quien se esconda tras el ‘respeto a la intimidad’, como justificación a la hora de no intervenir en casos obvios de maltrato.

Condenar es necesario. Lamentar a toro pasado, es inútil. Pero denunciar a quienes sabemos que lastiman física o verbalmente a su pareja. Reprobar sus comportamientos, sus actitudes y sus comentarios. Y pararles los pies, ya sea físicamente o echando mano de las fuerzas del orden, sí podría marcar un antes y un después en lucha contra la violencia machista.

Algo tiene que cambiar en cada uno de nosotros si queremos romper con esta funesta dinámica de ‘muertes anunciadas’. Una palabra dicha a tiempo. Un silencio o un vacío ensordecedores. Una mirada o un gesto de apoyo y de empatía, pueden ser los cimientos sobre los que se apoye un nuevo sistema de cerco al maltratador y alivio a la víctima. Pero todos tenemos que hacer nuestra parte.

*Periodista

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