Diario Córdoba

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Francisco García-Calabrés

Trascendencia

No sé si alguna vez, ante una multitud de personas, se han planteado que dentro de unos años, ni usted ni ellos existirían sobre la faz de la tierra. Si algo compartimos la especie humana es que somos los únicos seres conscientes de su propia finitud y del sentido de la trascendencia. Siempre me ha acompañado ese sentimiento de caducidad y fragilidad, que no me ha restado nunca energía para afrontar el presente, pero sí me ha marcado la medida sobre la relativa importancia de afanes y disputas, templando enojos y metas, ante la fugacidad de nuestro devenir. Digo esto, porque más allá del ruido de los disfraces y máscaras de Halloween, del sabor endulzado de gachas y huesitos de santo, o de la visita acostumbrada a los camposantos para adecentar la última morada y recordar a nuestros seres queridos, el mes de noviembre nos sirve de reflexión sobre la trascendencia de nuestra existencia, tema casi tabú en la sociedad de hoy, al que poco tiempo dedicamos o frente al que vivimos directamente de espaldas.

No siempre fue así, antes al contrario. Durante miles de años el ser humano, quizás porque su vida terrenal era demasiado corta y penosa, tenía bien presente y proyectaba el sentido de su existencia a las resultas de la vida futura. Ahí están los ajuares funerarios que han acompañado a tantas civilizaciones diversas. Ahora ocurre al contrario, y vivimos como si fuésemos eternos y el mañana no existiera. Superando el pensamiento de los griegos Epicuro y Demócrito, y a la filosofía de Marx y Engels, el materialismo es la doctrina dominante de nuestro tiempo: solo existe la materia. Máxime en esta sociedad de consumo en la que prevalece nuestra condición de usuarios y clientes antes, incluso, que la de personas y ciudadanos.

Aún devotos del «carpe diem», sin embargo, seguimos coqueteando con la inmortalidad y la idea del más allá. Como publica el último informe de Funos, una cuarta parte de españoles desearía la inmortalidad en el metaverso y estaría dispuesto a ser revivido en estos entornos virtuales, a los que se accede a través de ordenadores y gafas de realidad virtual, después de morir, negocio al que ya se dedican varias empresas. Un 32% de los ciudadanos del país querría criogenizarse, aplicando esta técnica de congelación mediante la que es posible preservar los tejidos del cuerpo de una persona fallecida para ser revivida cuando se encuentre una cura a la enfermedad que provocó su muerte, siendo una veintena quienes ya han contratado este tipo de servicios a empresas especializadas. Un 22% de los españoles querría revivir como robot humanoide, ya que están surgiendo tecnologías para preservar la memoria humana, una vez haya fallecido la persona, y transferirla a ordenadores o robots humanoides. Y el 35% de la población dispuesta a transferir su memoria a una memoria digital cuando fallezca para mantenerla viva y accesible después de morir, aunque hay muchas dudas de que sea factible recuperar la memoria almacenada en el cerebro y traspasarla a algún sistema de memoria digital.

Más allá de la frivolidad de los disfraces, de la banalidad de las fiestas, de las tendencias de quieres quieren una eternidad virtual, y respetando las creencias y opciones de todos, no estaría de más plantearnos abiertamente y de manera formada y profunda, qué razón tiene nuestro paso por este mundo, para darle un sentido y sacarle todo el partido posible y albergar, la esperanza de que todo no acaba aquí, sino que se transforma, pues no solo somos materia y células. Como ya escribía Sócrates, las almas de todos los hombres son inmortales, y la de los justos además, inmortales y divinas.

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