Diario Córdoba

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Jose Cobos

La esquila de Ánimas

El lugar exacto donde transcurre la vida eterna es tema complejo para teólogos y fieles de cualquier doctrina

Llega noviembre y en su soplo percibimos un aire gélido. El mes penetra nuestra alma y le hace evocar a quienes físicamente no están ya con nosotros, aun cuando sus sombras nos cubran aún entre tinieblas. Esto es así para los cristianos, dada nuestra certidumbre de que hay vida más allá de la muerte. Esta creencia se fundamenta en la obra libertadora con la que el Creador quiso redimir al hombre, expuesta en la personificación y resurgimiento de Cristo, y ampliada a todos los creyentes. Así lo manifestamos incluso en nuestra confesión de fe.

Muchas creencias conmemoran la muerte con ritos, plegarias y celebraciones singulares. Sus tiempos cambian: los ortodoxos griegos rinden tributo a la muerte en la víspera de la Sexagésima o bien en la de Pentecostés, mientras que los ortodoxos de Armenia la celebran el Lunes de Pascua. El Día de los Fieles Difuntos, entre los católicos, se remonta al culto medieval a la muerte, cuando dicha festividad ostentaba el tercer lugar en importancia (junto al de Todos los Santos) tras la de Navidad y Pascua. En algunos países supone un tiempo para invocar y rezar por quienes ya no están. En el México colonial, la fiesta religiosa indígena de la muerte (anterior a la llegada de los españoles) se combinó con el Día de los Fieles Difuntos, y así se instituyó el Día Mexicano de la Muerte; al igual que en el Viejo Continente, los cristianos visitan mausoleos y los adornan. También preparan allí comidas, cuentan relatos sobre el finado y depositan flores, velas y ofrendas en el cementerio. Durante la cena distribuyen el llamado pan de muerto. Consideran signo de buena ventura masticar en primicia la dúctil osamenta escondida en su interior. Prácticas que son un gesto más de la certidumbre cristiana en la inmortalidad. Al igual que en otras tradiciones religiosas, el entierro de difuntos constituye un rito de transición, de abandono de un mundo para dirigirse a otro.

El lugar exacto donde transcurre la vida eterna es tema complejo para teólogos y fieles de cualquier doctrina. En la Edad Media los cristianos imaginaron para el alma cuatro posibles ubicaciones: el cielo, el infierno, el purgatorio y el limbo. Hoy se considera al primero como un estado de júbilo triunfante y de gloria, un paraíso por la presencia del Creador, mientras que el averno se encontraría alejado lo más posible de aquel otro. El purgatorio se entendería como un lugar transitorio para la expiación de culpas después del óbito. Esta convicción se basa en la idea de que Dios y el pecado no pueden cohabitar y, por consiguiente, el ánima tiene que liberarse de ellos para lograr acceder al vergel celestial. En la doctrina católica moderna el purgatorio es un estado o condición de castigo para quienes, al fallecer, no tengan sus almas libres de culpa, o cuyos pecados no hayan sido perdonados por Dios por el sacramento de la penitencia. El limbo es para los teólogos un estado de paz, pero sin la presencia de Dios: el destino de los infantes que no fueron bautizados.

En algunos lugares se piensa que, desde el toque de Ánimas del Día de Difuntos, las almas tienen libertad de visitar las casas de familiares y amigos, una creencia con posibles raíces célticas. En Asturias, por ejemplo, se afirma que las ánimas en pena se albergan en los animales, creyéndose que no se puede dar un puntapié a una piedra, por si tal acción causara daño a algún alma en pena. En Galicia se asegura haberlas visto paseándose por la noche con túnica negra, quizás en busca de quienes hagan lo que dejaron ellas mal hecho en vida. En Lugo se habla de procesiones en forma de compañías. También se cree que quien mira a un alma en pena fallece dentro del año. Son numerosas las poblaciones que piden por las ánimas. El 28 de diciembre se hace en Almedina (Ciudad Real), con el animero mayor vestido con su peculiar traje, y en El Ballestero (Albacete), con El Blanco o Ánima Muda, que toca la campanilla. El día 31 del mismo mes, en Holguera (Cáceres), se celebra el día de las Ánimas y en Terol (Gran Canarias) durante la Navidad salen los Ranchos de Ánimas, al igual que en La Puebla de Don Fadrique (Granada), donde el Cascaborras pide dinero para los arreglos en la Casa de las Ánimas. En otras poblaciones salen durante Cuaresma, y en Pedroche (Córdoba) en noviembre, que era cuando los hermanos de Ánimas solían pedir, lo mismo que en Iznájar y otras poblaciones de Córdoba. En La Alberca (Salamanca), desde hace siglos, y a diario, aunque especialmente en noviembre, sale una mujer con la Esquila de Ánimas, siendo en los primeros viernes de mes, a media noche, cuando reza en grupo mientras toca la campana. Se pide «un Padrenuestro y un Avemaría por las benditas ánimas del Purgatorio, para que su Divina Majestad las saque de tan miserable estado». Se cuenta que una vez alguien olvidó la promesa de salir, y que la Esquila marchó sola por las calles ante el pavor de la vecindad.

*Catedrático

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