Los que habíamos asistido al primer acto del nuevo Centro de Exposiciones, Ferias y Convenciones de Córdoba (CEFC), allí junto al Parque Joyero, salíamos ya de ese notable edificio que parece cristal transparente en mitad de esos campos de Dios, en busca del coche, aparcado en uno de esos espacios desconocidos que van paralelos a las vías del AVE, a la urbanización Parque Azahara –donde le pusieron mi nombre a la biblioteca del Centro de Mayores—y al barrio de Las Palmeras. Mientras, mi cabeza construía la historia del lugar y empecé a recordar aquella mañana en que me citó Rafael Gómez “Sandokán” para que viera el futuro que había ideado para Córdoba –un parque joyero--, en el que andaba removiendo tierras y echando los cimientos de esa posteridad, donde trabajaba Manolo, el hermano de Juanito el sacristán de Villaralto, y en la zona todavía ni se había instalado Decathlon ni Leroy Merlín.
Mientras, quizá por hacer tan altas temperaturas al final de octubre o por el deseo de comentar el nuevo edificio en esa isla tan alejada del casco histórico con quienes habíamos asistido a tan notable evento, echábamos de menos una cerveza. Pero se me borró el deseo de la birra por esos campos de Dios al encontrarme, cuando salían de la caja de los eventos –como definieron al recinto-, dos bellezas cordobesas de la inteligencia, el arte y los escenarios: Marisol Membrillo y Eva Pedraza. Fue Marisol Membrillo, una actriz de la que nunca olvido su “pasión singular”, película en la que hacía de mujer de Blas Infante, la que se dirigió a mí y me saludó, y es que sigue viviendo en Córdoba, donde su Café Málaga es la mejor noticia cuando se despide el día por el centro de la ciudad.
Su acompañante me recordó aquellas noches de fin de semana en el Café Central del pasaje de Galerías en Ronda de los Tejares, donde la oscuridad de las horas y el whisky no desafinaban las melodías del jazz y el blues. Y te construías la felicidad sobre un sorbo.
A Eva Pedraza, en principio, y además de llevar puesta su belleza de juventud, no la reconocí. Cuando ya se iban, recapacité, me dirigí a ella, la saludé y le pregunté que si se acordaba de mí y del libro en que protagonizaba el sublime atractivo de la ciudad por San Basilio, “por donde a Córdoba le crecieron las rosas, los geranios y los jazmines de forma espontánea”. Me dijo que sí y que nunca olvidó aquel tiempo en el que construimos, junto a unos confiados e intrépidos editores de Segovia –José M. Diez Lapieza, Pototo, y Carlos Horcajo González--, el primer libro que se editó sobre Córdoba, patrimonio de la humanidad, y en el que su rostro, muy joven, de cuando regentaba el pub Aeropuerto de esa misma avenida, y visitábamos algunas noches después de salir del periódico, le aumentaba la belleza a la propia ciudad. El libro “Córdoba. Ciudades Patrimonio de la Humanidad de España” se editó en 1997 y llevaba dos firmas: Antonio Gala y Manuel Fernández, el primero el gran autor cordobés que más libros ha vendido; el segundo, un servidor, a quien Jacinto Mañas, por entonces jefe de prensa del alcalde Rafael Merino, del PP, recomendó a la editorial segoviana Artec Impresiones para que fuera el que escribiera la otra parte del libro. Creo que la única vez que Antonio Gala ha firmado un libro con otro autor.
Cuando ya tenían todo el material los editores me dijeron que habían escogido a Gala porque era evidente y que mi texto era el que más les había gustado de todos los de España, en aquella edición los de Ávila, Cáceres, Cuenca, Salamanca, Santiago de Compostela, Segovia y Toledo, además de Córdoba. Concha García Campoy, Miguel Ángel Aguilar, Manuel Vicent, Amando de Miguel, Fernando Onega, Manuel Toharia y Gregorio Marañón fueron los otros autores escogidos por la editorial del libro, cuya segunda edición se realizó en 2008, cuando Córdoba se había cambiado a su nueva fisonomía desde la Puerta del Puente hasta la Torre de la Calahorra.
Pero aún le faltaba la llegada del Córdoba Conecta a ese espacio de cristal transparente, la caja de los eventos, donde la ciudad ha colocado parte de su futuro. Aunque esta madrugada a las tres hayamos cambiado los relojes a las dos.