Opinión | la clave
Perecederos y aludidos
Hace seis años que no perdono una celebración, sea la que sea, un cumpleaños, un aniversario o el teórico del carné de conducir de mi hijo mayor. No son celebraciones por todo lo alto, sino cosas sencillas como salir a comer o tomarse algo en una terraza, o permitirse pasar el día fuera aunque sea llevando bocadillos. Ya no aplazo ninguna fecha para cuando haga mejor tiempo o tengamos más días por delante, porque este virus me ha enseñado, como a todos, qué supone despedirse para dos semanas y tardar casi tres meses en volver a pisar la calle.
También me ha enseñado a no dividir la vida en fines de semana o festivos, sino a intentar aprovechar lo mucho o poco que ofrezca cada lunes, por ejemplo, el milagro inexplicable de seguir vivo y sano, al menos por ahora. No se trata de llenar los días de actividades para no pensar o llegar a casa tan rendido que en los sueños nunca aparezcan pesadillas.
Se trata de respirar hondo, buscar huecos, dejar de aplazar citas, luchar contra ese desánimo con que nos levantamos, contra la pereza, el aburrimiento, la rutina de las tardes que nos muestra engañosa que siempre vamos a hacer lo mismo. Hace seis años que no perdono ninguna celebración, desde que murió mi padre.
Dejamos tantas cosas pendientes, tantos viajes, tantas palabras no dichas que me he convertido en animadora sociocultural de mí misma, mi familia y a veces de mis amigos. Y si por casualidad, algún día me pesa más de la cuenta y pierdo las ganas, solo hace falta que piense qué celebramos cada noviembre.
Me sabía perecedero, pero no aludido, dice Fernando Aramburu. Ahora que todos nos sabemos aludidos, pasear por un cementerio, ver las tumbas olvidadas que nadie limpia, leer nombres y fechas y contemplar las flores debería colocarnos de golpe en nuestro sitio. Sí, claro que tenemos derecho a la tristeza y a no tener ganas de vivir de vez en cuando, pero somos mortales y para no vivir ya tendremos tiempo suficiente.
Dejémonos de calabazas y disfraces y recordemos por qué estas celebraciones son importantes. Debemos recordar a los difuntos del mismo modo que debemos recordar que seguimos vivos. Luego, ya, si eso, podemos hacer truco o trato o comprar máscaras, o asar castañas, mientras esta lluvia y este olor a otoño nos hablan del ‘carpe diem’ con más seguridad que el perfume engañoso de una primavera incierta.
* Escritora y profesora
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