Diario Córdoba

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Miguel Donate Salcedo

caligrafía

Miguel Donate Salcedo

Carta a Vera

Tu piel, vitela limpia, no esconde todavía un enjambre de venas azules y largas, que te envuelven y surcan como raíces. Sostengo tu mano e imagino ese azul saltando de tu piel a la mía y anudándome los brazos como filacterias, coloreando la niebla de mi garganta: poniendo tus leyes en mi corazón. Y mi corazón sobre el tuyo, escondidos en el mismo sitio, para que puedas dormir tranquila y te conviertas en un peso dulce en mi pecho. Que sueñes con el calor de tu madre, con los arrullos, con los besos de tu hermano, con mi voz. Que el amor que te rodea te deje ungida la memoria.

Se siente la muerte como una mano fantasmal anclada entre los pulmones, y se siente la vida (tu respiración y tu temperatura mínimas en mí) como un bálsamo. Sé que esa negrura te llegará. Que vendrán a predicarte el miedo y la esclavitud una legión de lenguas leprosas, y destilarán el odio como serpientes, en los abscesos y llagas sobre sus colmillos sucios. Sé que te harán daño, sé que me ahogaré en tu llanto, sé que, antes de recuperarme, me negarás. Pero sé que desde que duermes en mi pecho quiero que no se me pudra el corazón, y siga siendo una cuna en vez de una tumba.

Vera: nada más nacer, antes de abrir los ojos, antes de abrir tu boca, antes de intentar alimentarte, alzaste tus cejas invisibles y arrugaste largamente la frente. Te deseo que el mundo no se desnude de misterios. Te deseo que siempre seas hermosa y feroz. Te deseo el orgullo y la bondad y la valentía y los ingenios y la belleza. Te deseo que sepas acunar en tus manos , como pájaros, las verdades que descubras. Tu nombre significa verdadera y significa fe. Así se llamaba la persona a la que han escrito las cartas de amor más perfectas de la Tierra. Mi fe en ti, desde ya y para siempre, es inquebrantable. Recuérdalo cuando parezca que te lo niego todo. Lo que quiero arrancarte, si lo tienes, es lo malo de mí, que sé reconocer y condenar. No buscan lo mismo el golpe que templa la espada y el que la quiebra.

Te escribo cuando has vivido apenas quince días. Lo que hago es exponerte lo que te digo cuando te digo que te quiero. Puede que nuestras memorias, el uno del otro, estén en la mayor lejanía hoy. Tú no recordarás nada, yo lo recordaré todo. Habrá un punto de memoria perfecta en el que los dos recordaremos lo mismo, y luego puede que yo siga viviendo en otros años tuyos, y míos, y tú recuerdes --tengas que recordar-- años sin mí. Para ese momento sirve el amor, Vera, vida mía: para cuando se nos caen las plumas y las flores del pelo, para cuando hablamos con el eco. Te lo daría todo con tal de verte feliz, y sin embargo, como todos los padres, solo puedo dejarte el mundo y mi sangre. Ojalá vivir mil años para no perderme ni un segundo de lo que haces con ellos.

* Abogado

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