Diario Córdoba

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Rosa Luque

entre visillos

Rosa Luque

Gamberrismo climático

Los ecoactivictas la han tomado con el arte para lanzar sus alertas al mundo

Habitamos un planeta verde que cada vez lo es menos. La Tierra pide a gritos un mejor cuidado si no queremos que el cambio climático y otras pesadillas derivadas del mal uso de los recursos naturales la acaben convirtiendo en un paraje apocalíptico. De hecho, empieza a dar signos de calentamiento y cansancio evidentes que deberían alertar hasta a los negacionistas de todo. Pero una cosa es tomar conciencia del peligro que nos acecha si no frenamos los abusos contra el medio ambiente y otra reivindicar mayor equilibrio ecológico radicalizando cada vez más las protestas. Porque ya no se sabe si se trata de activismo climático o de vandalismo.

La última moda entre ciertos grupos ecologistas exaltados, que por suerte aún no ha llegado a España pero todo se andará, es la de hacerse notar internacionalmente atentando contra piezas exhibidas en los museos; y no digo obras artísticas porque no parece que lo sea la escogida para el más reciente de esos ataques, un tartazo en el rostro cerúleo que luce el flamante rey de Inglaterra en el londinense Museo de Cera Madame Tussauds. Él, se dirá a sí mismo Carlos III entre adioses y holas a sus primeros ministros, al que le han caído chuzos de punta en la larguísima etapa de meritorio cada vez que mostraba su lado más natural.

Las anteriores manifestaciones de gamberrismo ecopacifista --con más de lo primero que de lo segundo-- tuvieron mejor gusto al elegir el objetivo de su agresión. La primera fue perpetrada por los mismos de la tarta de chocolate, la organización del Reino Unido Just Stop Oil, que ya desde las camisetas que exhiben sus miembros exige al Gobierno que pare las licencias de petróleo y gas. Se plantaron en la National Gallery ante el cuadro ‘Los girasoles’ de Van Gogh y le arrojaron sopa de tomate con la misma naturalidad que antes habían saboteado gasolineras, una trastada al menos más relacionada con su lucha contra los combustibles fósiles, ajenos por completo al genio desorejado.

El siguiente asalto artístico --de los sonados, porque ahora se sabe que la ira pictórica ya se había cobrado víctimas más discretas-- se produjo pocos días después en el Museo Barberini de Potsdam, ciudad cercana a Berlín. Esta vez fue puré de patatas lo que escogieron sus ejecutores para arrojarlo a un cuadro de Monet perteneciente a la serie ‘Los almiares’. Dos países distintos y organizaciones diferentes, porque los del puré son ecoactivistas del grupo alemán Última Generación, voces radicales que ya anuncian nuevas protestas, entre las que no descartan bloquear puertos y aeropuertos, así como sabotajes industriales.

Pero tanto unos como otros la han emprendido contra obras maestras del impresionismo, un movimiento de claro compromiso artístico con la naturaleza --de hecho, ambos lienzos la reflejan--. Se supone que lo hacen para avisar de su deterioro, pero es una triste paradoja que ellos mismos empiecen dañándola simbólicamente. Y más que eso, pues, aunque las pinturas estaban protegidas por cristales, sí que han resultado afectados los marcos, a los que los atacantes suelen pegarse el rato que tardan en grabar el vídeo que luego publicitan en las redes sociales. Cierto que son arremetidas suaves, que no se han rajado los cuadros. Tan cierto como que el fenómeno arrastra efectos miméticos, y a saber en qué acaba si los responsables de los museos, que hasta ahora apenas han abierto la boca, no dejan de considerar estas salvajadas blandas --pero salvajadas al fin-- como meras chiquilladas y refuerzan las medidas de seguridad. La emergencia climática es una realidad preocupante, pero seguro que hay mil maneras mejores de dar la alerta. Por favor, dejen el arte en paz.

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