Opinión | al paso
Que se queden en casa
Si no fuera por las muertes, que al fin y al cabo son la guía de la humanidad de todos los tiempos, tendríamos otras conclusiones del confinamiento. Que una cosa es el confinamiento y otra la enfermedad. Porque a pesar de que significó aislamiento, es verdad que individual, pero sobre todo familiar, no se recuerda en la historia un periodo de unidad de la raza humana como en esos dos meses que nos quedamos en casa. Nos echábamos de menos, utilizábamos todas las estrategias posibles para seguir relacionándonos, se potenció la familia, los niños no llegaban tarde a casa con más copas de la cuenta, las urgencias dieron un respiro, los delitos bajaron, supimos administrarnos lo suficiente como para que nuestros frigoríficos no quedaran vacíos, aplaudíamos a los funcionarios públicos y a los autónomos que se implicaron a riesgo de sus vidas en el abastecimiento, los bellos animales volvieron a lugares que dejaron hace siglos, la contaminación en las ciudades se volvió inexistente, y sobre todo, los países se apoyaron a una para dar con las vacunas en una carrera prodigiosa. Dicen que Europa está unida ahora. Pero no como con el coronavirus que no la unió por el miedo sino por solidaridad, esperanza y lucha para volver a abrazarnos. Miren Rusia que haciendo un esfuerzo científico admirable, fue el primer país en sacar una vacuna que llamó como el primer satélite que hizo al ser humano tan alto como la Luna, como nos cantaban de pequeños. Sinceramente, creí que daríamos paso a un mundo nuevo pero no a un mundo peor. Creí que con la prueba palpable de que el ser humano tiene enemigos comunes como son los virus, la muerte prematura de ancianos solitos o la solidaridad generalizada entre los países, el fin del confinamiento sería el paso a una era preciosa. Pero parece que el ser humano se retroalimenta de maldad ante las situaciones colectivas difíciles. Porque lo que no es lógico es que inmediatamente después a la lección ética mundial dada por el covid-19, el mundo entero se haya precipitado en una peligrosa escalada de autodestrucción. Entonces, cuando un mundo reacciona al revés de cómo debe, eso quiere decir que vivimos en un mundo de gobernantes locos; y de unos locos con un poder infinito se puede esperar cualquier cosa. Siento, como millones de personas, una impotencia enorme. Solo me queda soñar que se haga realidad que, si los gobernantes del mundo no saben gobernar porque la guerra siempre es un fracaso de la inteligencia, dimitan todos y ofrezcan el puesto a los poetas, a los padres de familia, a los albañiles, a los fontaneros y a todos aquellos que no quieren ser los primeros en nada, tan solo tener el pan de cada día en la mesa y un techo contra el rocío de la mañana para que sus niños chicos no se resfríen y puedan ir al cole. Pero sueño igualmente que los gobernantes que están ahora, se queden en casa y dejen al mundo vivir.
*Abogado
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