Diario Córdoba

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Miguel Ranchal

El zumbido

No está mal ser previsores. En algunas poblaciones del litoral ya existen planes de actuación

Habla el Apocalipsis del séptimo sello. Se hizo un silencio. Después, se le dio una trompeta a cada uno de los siete ángeles que estaban de pie delante de Dios. Traducido al lenguaje de nuestros barruntos, la calma que precede a la tempestad. Como decía el libreto de ‘La verbena de la paloma’, las Ciencias adelantan que es una barbaridad y aquel shofar bíblico es hoy sustituido por un aplicativo del móvil. Protección Civil ha ensayado en diversas comunidades autónomas, incluida la nuestra, un zumbido universal que ayude a prevenir catástrofes.

Este verano he revisitado Lisboa. Como se precian las grandes ciudades, existe un Museo de la Historia de la Ciudad -idea plenamente exportable para la nuestra-. Y con todo lujo de detalles, vibraciones y ruidos atronadores incluidos se recrean en aquel fatídico 1 de noviembre de 1755, donde soplaron tres trompetas del Apocalipsis: la tierra, el agua y el fuego; el macabro triduo del más letal de los terremotos registrados en suelo europeo.

La profecía se viene cumpliendo. A principios de este siglo, se nos pronosticó el carácter polifacético del teléfono móvil. Ese aparatito iba a ser la releche, con una transversalidad que iba a transformar nuestras vidas. Que esta alarma saque el cuello ante todo el marasmo de ‘cookies’ es otra manera de hacerle pedorretas a la fuerza de la naturaleza. Sin ir más lejos, si en 2004 esta aplicación hubiese estado operativa, es muy probable que drásticamente se hubiese reducido el número de víctimas del tsunami que asoló el sudeste asiático.

No está mal ser previsores. En algunas poblaciones del litoral andaluz, ya existen planes específicos de actuación frente a un maremoto, que superen la elemental lección de «sálvese quien pueda». Visionar ‘Lo imposible’, aunque fuese morbosamente, nos grabó a yerro que mal asunto es contemplar un mar en retirada, que luego contraataca con la furia mosaica del mar Rojo.

Bien está jalear los milagros de la ciencia; el que hace carambola en un billar galáctico, desviando la trayectoria de un asteroide como probatura ante males mayores. Nos gusta ronronear a las furias de la naturaleza y, sin ir más lejos, un matrimonio de vulcanólogos perdió su vida por esa arrogancia. Pero no queda otra que aguzar el ingenio como parte de nuestra contrición. Como dirían los mexicanos, para defenderse, doña Natura cada vez se está haciendo más pinche y nos va a fustigar con muchas plaguitas de Egipto, comenzando con la sequía o todo un santoral de huracanes, cada vez con más querencia a encimarse en el oriente de las costas atlánticas.

Sin embargo, nos falta un buen trecho de concienciación. Aparte de plegarias y Vírgenes en procesión, a las sequías se les combate con más inversiones y menos sondeos particulares. Y aquí, la arenga de los ecologistas no debería ser ¡Recordad El Álamo!, sino recordar el Mar de Aral. Aparte de ello, existe una cultura poco permeable a los simulacros, con esa conciencia erróneamente extendida de que no se implementen hasta que todo esté correcto, cuando estos ejercicios son el mejor exponente de que los errores son más sabios que los aciertos. No juguemos con el lobo con estas medidas preventivas. Presumiblemente, este zumbido se activará ante una galerna o un gran incendio. Cuando lo escuchen, no busquen el ‘like’ del «me gusta»; ni lo confundan entre tanta saturación memera. Simplemente, sepan que tenemos más margen para actuar.

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