Opinión | El triángulo
¿Sororidad, hermanas?
Esta saña furibunda en redes y entrevistas, plagada de insultos y descalificaciones entre defensoras y detractoras de la Ley trans o simplemente de discrepantes en algunos de los supuestos a regular, echa por tierra la esperanza utópica de los últimos 8M. Esa conquista intergeneracional y trans partidista que ha sido en los últimos años ese grito por la igualdad en las calles de todo el país se encuentra ahora con una lucha de poder en un asunto especialmente delicado porque afecta a menores, pero que no olvidemos se ocupa de los derechos de aquellas personas más apartadas de la supuesta «normalidad» en la que vivimos el resto.
Proscritas hasta bien terminada la transición española, identificadas con la marginalidad, vilipendiadas y acosadas en sus entornos habituales, contra las que se ha disparado todo tipo de gracias en el mejor de los casos, e insultos habitualmente, las personas transgénero ven ahora como en la fase final de un proceso de reconocimiento legal de su existencia y de su dignidad, que debería ser reparador son el fuego cruzado de una lucha de poder, o de falta de un acuerdo postergado en el tiempo, o de la capitalización de las reivindicaciones.
El principal escollo está en la autodeterminación de género, especialmente en los menores, el proyecto de ley establece que desde los 16 años cualquier persona trans podrá cambiar la mención registral del sexo. Un proyecto de ley pactado entre los socios de gobierno en junio de 2021, que tuvo un debate precedente en el interior del PSOE en su Congreso Federal en octubre del año pasado, y que en Andalucía fue aprobada ya hace ocho años en un gobierno en coalición con IU, reconociendo la autodeterminación de género como un derecho.
No soy experta en la materia, solo opino desde esta columna, entiendo la preocupación de muchas por un asunto que afecta a menores, a su identidad y comprendo la revolución que eso significa en los parámetros hasta ahora manejados, pero el debate por respeto a las personas afectadas se debería llevar por los cauces de la mesura y la consideración. Cuesta entender cómo pasar del yo sí te creo a pongo en duda tus malévolas intenciones para solicitar la reasignación de género. La sororidad es un ejercicio de empatía que debería ampliarse a un sentimiento de fraternidad, ¿es que no es evidente además que están ahí los contrarios al avance en derechos sociales, para tildar de frívolos e irresponsables a los que solicitan este cambio? Ocurrió con el matrimonio homosexual, la despenalización del aborto, incluso la regulación del divorcio. Discrepen, pero háganlo con prudencia y bajito, sus palabras hacen daño a vidas muy vapuleadas.
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