Diario Córdoba

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Antonio Varo Baena

Palabras para Andrómina

Antonio Varo Baena

Crimen y castigo

¿Qué tiene que ver el arte ruso con el monstruo de Putin?

Si excluimos al inventor -sin él saberlo- de la novela moderna, como fue Cervantes, quizás sea el ruso Fiodor Dostoievski el más grande novelista de todos los tiempos. Y su novela ‘Crimen y castigo’ su máximo exponente. Siempre he amado la literatura en ruso, sus grandes novelistas como el citado y Tostoi, Chéjov, Gógol, Lérmontov, Turguénev, Pasternak, Nabokov, Bábel, Mijaíl Bulgákov, Vasili Grossman o Svetlana Alexievich (ucranianos por cierto estos cuatro últimos). Y sus grandes poetas como Pushkin, Anna Ajmátova, Mayakovski, Marina Tsvetáyeva, Iván Bunin, Joseph Brodsky, Yevtushenko, Esenin u Ósip Mandelshtam. O la pintura rusa vanguardista desde Kandiski, a Malévich, Ródchenko y las pintoras Goncharova, Popova o Stepánova. También los grandes músicos como Tchaikovski, Stravinski, Mússorgsky, Shostakóvich, Rimsky-Kórsakov, Borodín, Prokofiev o Rachmaninov.

Pero ‘Crimen y castigo’ tiene un lugar especial, una novela que profundiza como un cuchillo en la condición humana y precedente de la prosa europea posterior hasta bien entrado el siglo XX, cuando aparecen Proust o Joyce pero dejando un rastro aún interminado como por ejemplo en ‘El extranjero’ de Camus, una especie de secuela magistral, o en el ‘Pascual Duarte’ de Cela. Y es la perfecta definición de los actuales acontecimientos. Un título bajo cuyo peso muere la cultura, la civilización -si es que esta aún existe- y el ser humano. Desangela pensar que en realidad el humanismo se convierte en fracaso o no es suficiente, que la ilustrada Rusia o la culta alemana hayan sido capaces de crear -y en el caso ruso de seguir creando-, los más execrables crímenes contra la humanidad. Por eso es tan adecuado leer el libro de memorias de Nadia Mandelstam. Ella saja con la frialdad de la cirugía electiva, la sociedad comunista estalinista y deja de todo menos indiferente. Estas memorias -alta literatura- describen, y el corazón se nos encoge, con una pluma de hierro, la oprobiosa época soviética.

Pero no es cosa de defender a aquellos artistas citados, ya que como bien dice el escritor ruso disidente -en Rusia siempre hay disidentes- Maxim Osipov: Puskhin o Chéjov o Tosltoi sabrán defenderse solos. Y ello podría aplicarse a los escritores, pintores, músicos y artistas en general rusos actuales, muchos de los cuales han sido cancelados. Pero, ¿qué tiene que ver el arte ruso con el monstruo de Putin? La política de la cancelación no sólo no es la más adecuada sino una forma moderna de censura. Y antes no había ocurrido en otras guerras. No ocurrió con Irak ni en Vietnam o en el Afganistán soviético. Lo tradicional en la ignominia siempre ha sido la injusticia de que se cancelen algunos artistas alemanes en Israel -Wagner en especial aunque murió medio siglo antes que apareciera el nazismo- o artistas judíos en el mundo islámico. A este respecto recuerdo el boicot de una parte -por fortuna ínfima- del público cordobés en una Noche Blanca del Flamenco a la cantante judía Noa. Es lo que tiene el fascismo, que se contagia fácil.

‘Crimen y castigo’. El crimen es el que comete Putin y su gobierno contra Ucrania y su propio pueblo ruso, ese que le adora. Castigo es lo que se merece, pero no los creadores rusos, ni el pueblo ruso. Y cierta izquierda, tan presta a protestar y manifestarse sólo con oír la palabra OTAN o USA, sigue mirando hacia otro lado y coincidiendo en el apoyo a Putin con la extrema derecha. Será que el imperialismo yanqui es muy malo y el ruso es bueno. ¡Qué cosas! Y resulta descorazonador que intelectuales de la talla de Juan Luis Cebrián o Federico Mayor Zaragoza justifiquen la invasión y al tiempo exigan la paz. No cabe mayor paradoja. Todo el mundo -salvo excepciones- quiere la paz, pero, como dice Julián Casanova, «el no a la guerra es totalmente simplista». Que se lo digan a los republicanos españoles al que las potencias democráticas dejaron en la estacada y por ello perdieron la guerra.

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