Diario Córdoba

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manolo fernández

FORO ROMANO

Manuel Fernández

Cuando Felipe II se trajo el imperio a Córdoba

La calle de la Feria, por donde el rey entró de manera real a la ciudad, es una vía con una notable historia escondida

Algunas de las piezas en la exposición sobre Felipe II y Córdoba. A.J. González

Felipe II recibe a los visitantes de la exposición del Archivo Histórico Provincial ‘Córdoba, capital de un imperio. La visita de Felipe II en 1570’ con un rosario en las manos. Y por debajo, como una bienvenida, su curriculum: «Don Felipe, por la gracia de Dios, Rey de Castilla, de León, de Aragón, de las dos Sicilias, de Jerusalén, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarves, de Algeciras, de Gibraltar, de las Islas de Canaria, de las Indias Orientales, Archiduque de Austria, Duque de Bergoña, de Bramante, y Milán, Conde de Apsburg, de Flandes, Tirol, Rosellón, y Barcelona, Señor de Vizcaya, y de Molina, etc.». En lo del rosario y en ser rey por la gracia de Dios no nos extrañamos porque son conceptos que aún perviven en nuestra sociedad. Pero sí estamos lejos del siglo XVI, que no hay político con currículum tan amplio como el de este español de Valladolid, hijo del emperador Carlos V y de Isabel de Portugal, nacido en 1527. Claro que la monarquía tiene estas cosas. Así, el rey Felipe II y toda su corte y aparato administrativo, casi todo el imperio, trasladó su capital a Córdoba porque en aquella fechas se libraba la guerra de Granada, con la que se sofocó la rebelión de los moriscos en la Alpujarra, y la posición estratégica de Córdoba la hacía ideal para seguir el conflicto. Felipe II vino a Córdoba entre los meses de febrero a abril de 1570 para la celebración de las Cortes Generales del Reino. Córdoba en aquellos tiempos sería una de las ciudades más importantes de la Corona de Castilla con alrededor de cincuenta mil habitantes, la quinta de España, por detrás de Sevilla, Granada, Toledo y Valencia. Las Cortes Generales se reunieron en la Sala Capitular de la Mezquita pasando el monarca la Semana Santa en el monasterio de San Jerónimo de Valparaíso y acudiendo a misa durante la Pascua a la Mezquita-Catedral.  

Por el camino real

El rey se encontró junto a la Puerta de Plasencia la comitiva formada por el obispo, deán y cabildo eclesiástico. La ciudad, mientras tanto, cabalgó hacia la Puerta Nueva, que estaba engalanada con ricos brocados, así como los alrededores y donde se habían levantado tablados y ventanas adornados con paños de seda. El itinerario salió de Puerta Nueva hasta la iglesia de San Pedro, de ahí a la Plaza de la Corredera, por las calles Marmolejos y Caldereros, para pasar a la calle de la Feria, bajar por el Arco de Calceteros y terminar el recorrido real en la Puerta del Perdón de la Mezquita-Catedral. La calle de la Feria, por donde Felipe II entró de manera real a Córdoba, es una vía con una notable historia escondida tanto en el suelo como en sus alturas, un auténtico paseo regio que se abre al mundo desde sus terrazas y tejados, que enseñan tanto la nueva fisonomía arquitectónica del Teatro Principal como los cielos que se elevan al Paraíso de la ermita de la Aurora, el irregular arco del Portillo y aquel clásico bar del agua de Luis Celorio frente a la religiosidad de rosetón del convento de San Francisco, el palacio de los Marqueses de El Carpio y la histórica memoria del Círculo Juan XXIII. Felipe II seguro que no elegiría su trayecto por la ciudad pero el llegar a la Puerta del Perdón de la Mezquita tras recorrer la calle Cardenal González fue un acierto histórico por los siglos de los siglos. Porque atravesó una calle que guarda los secretos de la vida, un lugar donde la historia construyó un entramado con cierta retranca en el que los aprendices del amor buscaban su primera lección y que luego renació de sus cenizas y se colocó como ejemplo de rehabilitación de cascos históricos con el Plan Urban-Rivera, una especie de redención oficial en forma de subvenciones y apoyo en la que tuvo algo que ver el por entonces concejal Rafael Blanco. Casa de baños, hoteles de categorías adaptadas, restaurante de diseño robado a tiempo y tabernas con sabor añejo, artesanía gastronómica y abacerías repletas de tapas pueblan esta calle de casas con espacios interiores de ensueño que tiene el privilegio de despertarse con campanas catedralicias y de guardar, en su condición de trastienda del poder, los secretos de la vida. Que casi siempre han tenido que ver con el amor. El mejor camino real de Felipe II cuando decidió traerse el imperio a Córdoba.

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