Opinión | el triángulo
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Querer llamar la atención supone buscar notoriedad, generar controversia, ser el foco de atención. Da igual el porqué. Resulta indiferente si es por necesidad, aburrimiento o cualquier otro motivo. La voluntad de atraer las miradas, los comentarios, en definitiva, el protagonismo, significa convertirse en objetivo. Y eso conlleva sus riesgos.
Hace unos días, dos jóvenes de una organización ecologista lanzaron sopa de tomate contra un cuadro de Van Gogh en la National Gallery de Londres. ‘Los girasoles’ concretamente. La acción pretendía exigir al Gobierno británico la paralización de los proyectos de petróleo y gas de una forma llamativa. Atrajeron la mirada de medio mundo, que era lo que querían. Lo consiguieron, pero seguramente no con el resultado imaginado por ellas. Las opiniones generadas sobre la idoneidad o no de este tipo de ataques para denunciar algún tipo de reivindicación han desatado un debate de lo más interesante.
Arrojar en este caso sopa de tomate contra un cuadro no parece lo más efectivo para reivindicar nada. Me parece más bien una mamarrachada. Aún más, incluso, una mamarrachada peligrosa. Dañar el patrimonio público -la obra no pero el marco sí ha sufrido desperfectos- no debe tener justificación. Bajo ningún concepto. Me da igual que la causa sea buena o el fin solidario. La violencia no es el camino para nada. Tampoco para esto.
Cuando empezaron este tipo de actos organizados colectivos para publicitar algún tipo de lucha social tenían sentido. Abordar o bloquear un barco para, por ejemplo, recriminar la pesca industrial o el transporte de gas licuado. Colgarse de un puente o fachada para visibilizar algún tipo de mensaje escrito en una pancarta. Pintarse el cuerpo desnudo de rojo para simbolizar el dolor y la indefensión del toro durante una corrida. Ya me perdonarán, pero lanzar objetos, enseñar tetas o destruir cosas, salvo contadas ocasiones, me deja fría. Me distancia. Me resulta incomprensible que alguien pueda pensar que mediante un acto vandálico y violento va a conseguir despertar la conciencia o la empatía ciudadana respecto a algún aspecto social. Voy más allá. Salto de la sorpresa a la indignación cuando pienso detenidamente en ello porque consiguen todo lo contrario, esto es, que la causa en particular sea denostada e infravalorada. Aun compartiendo argumentos de su lucha, en este caso del cambio climático, me desagrada. No sé si consuela pensar en la edad de las dos protagonistas de este desaguisado tan desafortunado, 20 y 21 años, o en la repercusión mayoritariamente negativa que ha tenido su performance. Espero que sirva en el diseño de futuras acciones supuestamente éticas.
* Periodista
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