Diario Córdoba

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entre l´kineas

Juan M. Niza *

Lo que no me rima del metaverso

Los de otras generaciones no somos entusiastas de vivir todo el día con una gafa de realidad aumentada

No quería enterarme de eso del metaverso, y al final me he enterado. Pero en el sentido del chiste: «Me he enterado que te ha llamado Hacienda para mirarte facturas», dice uno, y le contesta el otro: «No, a tí te lo han comentado. El que se ha enterado he sido yo». Pues eso: que me he «enterado» del metaverso. Tanto que hasta me atrevo a ponerlo en endecasílabos de un soneto, y eso que un servidor no conocía más verso (ni con «meta» ni sin «meta») aparte de lo que estudié en el instituto o lo que he disfrutado con el ingenio de pregoneros, en octosílabos, o en Cosmopoética, aquí con rima asonante y libre. Vayan por delante los dos cuartetos:

«El verso es magia y el metaverso, felón./ Sepa que es como vivir reinventado./ Puede usted ser rey, villano, soldado,/ héroe, rebelde... siempre resultón./ Ahora bien, como todo tiene un guion/ tal universo, si ve el resultado,/ pese a magnífico y bien presentado,/ dinero y poder tomaron posición».

Y es que mundos virtuales con avatares, con personajes que le representan a usted en ese universo paralelo en donde uno puede lucir músculos y virtudes (dime de qué presumes y te diré de que careces), ya existían desde hace años así como la tecnología para ello, especialmente en juegos que tenían poco de infantiles y donde se movía mucho dinero en criptomonedas.

La experiencia de inmersión de la reciente muestra de La Caixa en Córdoba, ‘Symphony’ (una maravilla, mire usted, no se la pierdan que termina el día 25), nos acerca a lo que se siente en ese metaverso. Aunque se enmarca en lo que piensan muchos de generaciones veteranas: que como no sea para el juego o para el ocio y la cultura visitando un museo, por ejemplo, no le vemos tanta importancia a ese universo paralelo, por mucho que hayan apostado ya por él galerías de arte, tiendas virtuales, mercados, embajadas, casinos, inversores... Hay quien vaticina que en diez años no podremos hacer la compra en el supermercado si no tenemos un avatar ‘molón’ que pasee por nosotros en los lineales y haga cola en la caja. Pero, insisto, quizá los de otras generaciones no somos tan entusiastas de vivir todo el día con una gafa de realidad aumentada. Nos llaman ‘emigrantes digitales’, frente a los que ‘nativos digitales’, chavalotes que ya sabían usar un ordenador antes de atarse los zapatos, pero en donde hay demasiados que desconocen el placer de leer más de 140 caracteres del tirón. Todo hay que decirlo.

En todo caso: ¿Por qué ha ganado protagonismo el metaverso respecto a iniciativas parecidas anteriores, olvidadas al igual que cientos de criptomonedas inventadas en su día? Quizá por un fortísimo efecto llamada. Por ejemplo, con Facebook (FB) e Instagram pasando a integrar la plataforma ‘Meta’. Y que conste que no tengo miedo a lo que Mark Zuckerberg, el genio inventor de FB y uno de los hombres más ricos del mundo, pueda planificar para la humanidad. Pero me aterran los otros ‘multi-multimillonarios’ cuyo nombres ni conocemos ni jamás nos sonarán. Son los que desde la sombra cambian gobiernos, costumbres, culturas, precios y salarios, libertades y derechos, realidades y mundos paralelos.

Y en vista de que en prosa quizá no expreso suficientemente claros mis temores, me remito a los dos últimos tercetos de mi soneto:

«Y casi intuyo que habrá tiempos peores,/ a los de vivir ahora ansioso, disperso,/ por amos de este mundo regidores/ que ya en internet vencido y converso,/ veo que al final sumaré a mis señores/ otros cabrones desde el metaverso».

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