Opinión | TORMENTA DE VERANO

Reina de la paz

En las páginas de la intrahistoria de la ciudad, esa que se escribe con trazo indeleble y se graba para siempre en el corazón de sus anales más íntimos, esta semana será la de la coronación canónica de la imagen de la Virgen de la Paz y Esperanza, que mañana será realidad en el templo catedralicio de manos de nuestro Prelado. Se prepara y engalana la ciudad al paso de la comitiva, que ya procesionó en su peculiar palio ochavado, bajo las alas del arcángel Rafael, acompañada de multitudes el pasado sábado para su traslado desde su sede capuchina del Santo Angel. Una coronación mimada y esperada desde hace años, con la que la Hermandad quiere distinguir a su Titular. «Niña de la reconciliación con el linaje/caña del trigo/ espiga en flor» como la llamara Ginés Liébana.

La Coronación además de una efemérides religiosa, y la proclamación de un compromiso de fidelidad de todos sus devotos, es un motivo para que felicitemos a esta popular Hermandad, que desarrolla una importante labor social y catequética, que tras más de 80 años procesionando en nuestra Semana Mayor ha sabido aglutinar en sus filas al mayor número de nazarenos de los cortejos procesionales. Momento de gratitud y recuerdo a tantos cuantos fueron eslabones de esta cadena, donde especialmente sobresale la figura y personalidad de Fray Ricardo de Córdoba, que le cantara en el pregón del cincuentenario «Fuiste en Córdoba cristal,/transparentes celosías./Fuiste maceta de un nardo,/ ¡Salmodia de algarabía!».

Me encanta esta advocación de la «paz y esperanza», que el joven imaginero Juan Martínez Cerrillo insistió debía cobijar el fruto de su gubia, y así se bendijo la talla en el año 1939. Paz y esperanza proclamada como una bandera, como un estandarte, como meta y conquista, como un grito desgarrado que recorre las entrañas y la historia de la Humanidad. En tiempos convulsos, de guerras y sufrimientos, bajo los misiles en el Dombás ucraniano, o entre los escombros de la frontera de Etiopía con Sudán, o en las guerrillas de Centroáfrica, o en los suburbios de Dnipro, coronar a la Paz significa proclamar que la violencia no es el camino, que la destrucción no es un argumento, que el odio no tiene futuro. Que necesitamos de la Paz y la Esperanza.

Cuando la violencia intrafamiliar se adueña de tantos hogares, cuando los maltratos siguen culminando las estadísticas más innobles, cuando la intolerancia margina y excluye a quienes son diferentes, invocamos y necesitamos de la Paz y la Esperanza. Cuando se desatan las tormentas interiores, y se turba el ánimo y se encienden los rescoldos más incívicos y primarios, necesitamos de la Paz y Esperanza.

Recordamos aquí las hermosas palabras que Carlos Clementson te dedicara en su pregón del año 1981: «Cómo el dolor acaso pudo hacerse tan bello, tan radiante de gloria, tan luminoso y lleno de gracia y pureza. ¿No nos habían contado que el dolor era triste y oscuro y macilento...?...Más algo tú sabes, Madre, que ilumina tu dolor. Tú sabes algo; tus vírgenes entrañas maternales presienten ya el milagro, y por eso tu dolor es tan blanco y casi alegre, ya que quizá, muy dentro, íntimas voces te confirman la triunfante esperanza en la más gloriosa de las resurrecciones».

Llena de Gracia, Regina Pacis, Paloma Blanca de Capuchinos, Paz de nuestras tribulaciones y Esperanza de nuestros pasos, ruega siempre por nosotros.

** Abogado y mediador

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