Diario Córdoba

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Carmelo Casaño

LA RAZÓN MANDA

Carmelo Casaño

Los avenates de un agresor

Después de presenciar esta guerra, pensamos que la humanidad se encuentra en una crisis grave

En Londres hay un espacio --Hyde Park Corner-- dedicado a la libertad de expresión en sus manifestaciones más silvestres, desaforadas y absolutas. Allí, curiosamente, todo el que quiere manifestar en público sus ideas por muy esotéricas, rimbombantes, ultramontanas e iconoclastas que sean, puede predicarlas a un auditorio ocioso y variopinto que, en ocasiones, es abundante pero que nunca se rasga las vestiduras oiga los dislates que oiga.

Corrían los primeros años 70 del siglo pasado cuando acudimos, varios días, al famoso parque londinense. Aunque nuestro inglés era deficiente, captábamos que aquellos profetas urbanos eran capaces, dialécticamente, de arreglar, o derruir, el mundo en un santiguo. Gentes descatalogadas, algunas con los tornillos flojos y bastantes atrapadas en trastornos mentales de muy variadas cepas o en avenates propios de avionados, si lo escribimos en el más coloquial y castizo lenguaje andaluz.

Nos resultaba sorprendente, a quienes vivíamos en una dictadura intolerante con la crítica más somera, la manga ancha anglosajona que permitía la exposición pública de hechos e ideas inverosímiles, algunas tan descabelladas como perniciosas.

Desde entonces, intermitentemente, hemos pensado que abundantes políticos en ejercicio, en lugar de expresarse en los Parlamentos nacionales, su sitio exacto es Hyde Park Corner donde, discurseando, naufragarían la belicosidad y los malos modos que los determinan. De paso, no se dañaría la paz, que siempre es el fruto maduro de la más razonable civilización.

Dicha idea que se nos ha reverdecido al reconocer que el Putin, individuo de checa y gulag, debería acudir a Londres para, en el mencionado lugar, poner de manifiesto sus perversas ideas, de un feroz nacionalismo extemporáneo, trasnochado, en vez de, criminalmente, practicarlas yendo de avenate en avenate. El último, padecido en la guerra asesina de Ucrania, ha sido convocar, en cinco territorios ocupados manu militari, un referendo de adhesión a la santa Rusia que él preside soviéticamente. Dicho referendo, efectuado con una mínima antelación, sin observadores, sin el menor debate democrático, el sátrapa dice que lo ha ganado por goleada, con el noventaitantos por ciento de los sufragios, cifra propia de las consultas que llevan a cabo los dictadores de garabatillo.

Semejante burla política, que puede considerarse la más burda de los últimos tiempos, ha culminado en la Plaza Roja de Moscú --donde anualmente exhibían el militarismo bolchevique--, con un ceremonial de vergüenza ajena, que ha superado cualquier pantomima imaginada. Escenificación que Putin, el verdugo paranoico, amigo de Trump --Dios los cría y ellos se juntan--, ha culminado recordándole a Occidente que si, finalmente, no gana la guerra que ahora está casi perdiendo --por eso ha llamado a los cabreados reservistas-- puede pulsar el botón nuclear que produciría el gran holocausto. Después de presenciar esta guerra, cuyos desastres, crímenes y amenazas nos muestran a diario las televisiones, pensamos que la humanidad se encuentra en una crisis grave necesitando, además de gas, cuidados intensivos. Situación que no mejorará mientras el Putin siga siendo inquilino del Kremlin. En esta tesitura solo se nos ocurre preguntar, con palabras de Cicerón: «¿Hasta cuándo vas a abusar de nuestra paciencia, Catilina --léase Putin--; cuándo nos libraremos de tus sediciosas intentos y de las acciones que llevas a cabo con aquellos que has elegido para la muerte?».

* Escritor

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