Diario Córdoba

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Araceli R. Robustillo

TRIBUNA ABIERTA

Aracely R. Robustillo

Mamarrachos con ‘pedigrí’

No sé qué me sorprende más, si la aceptación o el ‘blanqueamiento’ de sus ‘deslices’

La ignorancia es la madre de muchos monstruos. Y de muchos mamarrachos, tengan o no tengan ‘pedigrí’ o vengan de familias de rancio abolengo. La semana pasada nos dejó dos claros ejemplos: los aberrantes rebuznos machistas del Colegio Mayor Elías Ahuja de Madrid; y las vergonzosas declaraciones de Tamara Falcó sobre los diferentes tipos de sexualidad y su supuesta relación con el ‘mal’, en el Congreso Mundial de las Familias de México.

Detrás de ambos incidentes se esconde una clara desconexión con la realidad y una falta de educación en la diversidad y la igualdad. Unas carencias, que los de su ‘clase’ justifican con la ‘libertad’ frente a ser ‘adoctrinados’, cuyas raíces, dejando atrás cualquier frivolidad, son más sintomáticas de lo que a muchos les gustaría reconocer.

Las palabras y las acciones de estos sujetos no son algo anecdótico, ni flor de un día. Desde la atalaya del más común de los sentidos es fácil calificar sus comportamientos como rancios, casposos y desfasados; pero lo más aterrador es que ellos viven convencidos de que son el verdadero adalid de una España que a estas alturas debería estar ya más que muerta y enterrada, y que sin embargo, de vez en cuando, nos da hasta en el cielo de la boca, y nos recuerda, que ahí sigue, vivita y coleando.

Los niños bien de las clases más caducas de este país se refieren a las mujeres con símiles cinegéticos, porque se han criado escuchándolos. Las mujeres son zorras, lobas o conejas si a ellos les da la gana y se sienten muy libres de gritárselo a los cuatro vientos y hasta de grabarlo en vídeo, porque no creen que haya nada malo en ello.

Y la forma en la que banalizaron el asunto al principio, pese a que haya habido cartas de supuestas disculpas o arrepentimiento, es tan significativa como las declaraciones de las aludidas en los medios, quitándole importancia a sus atroces calificativos, en un retorcido giro de los acontecimientos, que de alguna manera explica y justifica este ‘más difícil todavía’.

Tampoco la marquesa de Griñón ha tenido nunca que esconder el hecho de que se considera ultraconservadora, de derechas y religiosa, hasta el punto de que quiso tomar los hábitos, aunque como en todo, el respetable no la tomara en serio. Para ser justos con ‘la Falcó’, nadie puede decir que sea nada nuevo en ella el hablar sin filtros, desde la ignorancia y con el más profundo desconocimiento de cualquier tema que se le ponga por delante, ya sea la guerra con Ucrania, la vacuna Astrazeneca o el rey emérito y sus andanzas. Porque hasta ahora a la gente lo único que parecía importarle era aquello de ‘que mona va esta chica siempre’.

Ella, como los del Ahuja, vienen de ‘estirpes’ en las que las consecuencias de los actos son muy distintas a las que conocemos la inmensa mayoría. Pero tan cómplices son de su existencia y su mantenimiento quienes les aplauden o los disculpan con sus «fuera de contexto», como quienes miran para otro lado como si la cosa no fuera con ellos.

No sé qué me sorprende más, si la aceptación o el ‘blanqueamiento’ de sus continuados ‘deslices’, o la sorpresa y los ‘golpes de pecho’ de los palmeros habituales, que en el día a día les bailan el agua y de pronto se ponen ‘estupendos’ cuando las criaturitas sacan el pie del tiesto y acaparan foco mediático y titulares.

Hay ciertas clases sociales a las que de toda la vida se les han permitido ‘licencias’ que parecían inherentes a su condición, como la hipocresía más absoluta (en el ámbito afectivo/sexual/religioso), el nacionalismo (aunque no siempre en lo económico, claro) y la incoherencia, en todo lo anterior y mucho más. Concesiones que deberían ser vestigios del pasado y que por alguna extraña razón permanecen perennes y obstinadas.

El respeto hacia el otro, sea cual sea su identidad de género o su orientación sexual, no debería estar reñido con ninguna ideología a estas alturas de la película. Aceptar lo contrario supone un paso atrás en la normalización de derechos sociales que se han ganado con mucho esfuerzo y dolor por parte de varias generaciones de españoles.

La ignorancia no se cura con disculpas vacías. Hasta que no nos demos cuenta de que la educación es la clave para abrir los ojos de toda esa gente que todavía se cree por encima del bien y del mal, las mujeres seguiremos siendo ‘putas’ y los ‘maricones’, el demonio.

* Periodista

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