Dos viejas dictaduras, la iraní y la rusa, están experimentando serias dificultades internas que podrían terminar abatiéndolas. La sociedad rusa, que nunca en su historia ha conocido la democracia, muestra inequívocos signos de cansancio por el belicismo brutal de Putin en Ucrania y se resiste a cooperar a la "patriótica" tarea de la guerra. Irán, por su parte, está siendo escenario de clamorosas protestas contra el fundamentalismo religioso que pretende mantener a la mujer esclavizada y excluida. Sin embargo, en ambos casos se señala la dificultad de revertir esta clase de regímenes, que son incapaces de evolucionar. La transición española fue posible porque la sociedad se miraba en el espejo de EuropaEn Rusia y en Irán no hay en apariencia modelos que imitar y el proceso de apertura, si llega, será muy difícil.

Esta reflexión conecta evidentemente con la Venezuela actual, protagonista de un fallido experimento revolucionario, hoy sumida en un marasmo improductivo que ha llevado al país a una situación de escasez permanente, a una diáspora gigantesca, al aislamiento internacional y a una gran falta de expectativas. 

Como es conocido, el presidente de Venezuela Carlos Andrés Pérez fue destituido por corrupción por el Congreso en 1993, después de dos golpes de Estado de Chávez, y Rafael Caldera, elegido por segunda vez en 1994, no pudo detener la ya imparable crisis del sistema. Chávez ganó las elecciones de 1998 e instauró un régimen revolucionario que redimió inicialmente a las clases menos favorecidas pero que, como todas las dictaduras, naufragó pronto en sus propias contradicciones. Chávez murió en 2013 y su sucesor, Maduro, apenas ha gestionado la decadencia del país, que hoy tiene arruinado su aparato económico y del que, según la ONU, se han marchado seis millones de exiliados, sobre todo por razones socioeconómicas. 

Como también es sabido, en enero de 2019, hace casi cuatro años, en una operación de alcance internacional todavía no bien conocida, Guaidó, joven opositor al chavismo, se proclamaba “presidente encargado” de la República Bolivariana, siendo reconocido por la OEA, por el Parlamento Europeo y por numerosos países, encabezados por los Estados Unidos. El Periódico de España, del grupo Prensa Ibérica, publicaba una expresiva entrevista firmada por Mario Saavedra con este personaje, en la que el propio Guaidó reconoce que el ejército sigue obedeciendo a Maduro, quien ejerce de hecho todo el poder. Y él ha quedado en una incómoda posición inútil: los viejos reconocimientos se han desvanecido, sobre todo porque no ha sido capaz de unificar a la quincena de partidos que forman la plural oposición.

El régimen chavista, que remedió en sus primeros y mejores años situaciones de grave inequidad social generados por décadas de gobiernos liberales corruptos, fue decayendo por las mismas razones por las que decaen los sistemas que pasan de la legitimidad al cesarismo, al culto a la personalidad y finalmente a la dictadura. El aislamiento, el dogmatismo económico y —también— la corrupción hundieron la economía del país y la productividad, y se frustró con la nacionalización incluso el pingüe negocio de la producción de petróleo, el gran balón de oxígeno de Venezuela, que acabó en la ruina por el bloqueo a que fue sometido aquel régimen tóxico. 

Hasta 2021, los intentos de apertura política estuvieron residenciados en el llamado Grupo de Lima, que se desactivó cuando Boric ganó las elecciones en Chile. Actualmente, la victoria de Petro en Colombia facilita las cosas a Maduro, quien a su vez actuará como mediador en las conversaciones de paz entre el Estado colombiano y el ELN. Ha habido también conversaciones en México entre el gobierno y la oposición venezolanos, auspiciadas por Noruega, bajo el impulso del presidente López Obrador, que se rompieron en noviembre de 2021 pero que podrían recuperarse tras los gestos de Washington, que ha reducido ciertas sanciones y ha permitido hasta cierto punto la recuperación de la producción petrolífera, con la posibilidad de exportar de nuevo a EEUU y a la Unión Europea. El siguiente paso podría ser la reestructuración de la gran deuda estatal venezolana si Caracas da garantías de liberalización interna y de disposición a celebrar elecciones supervisadas.

El papel de la Unión Europea durante todo este largo período de oscuridad ha sido tímido y escaso, y España, que, con Jesús Silva al frente de nuestra embajada, intentó una discreta labor de mediación entre gobierno y oposición, optó por replegarse ante la falta de resultados. Últimamente, el cambio de actitud de Washington ha reactivado la relación y en julio visitaba el país caribeño un alto funcionario de Bruselas para "fortalecer las relaciones diplomáticas y la cooperación en materia de energía, medioambiente y salud" con el "propósito de elevar las relaciones entre Venezuela y la Unión Europea sobre la base de la diplomacia de paz y respeto mutuo". El expresidente Zapatero, paciente mediador en pro de la paz, es una de las personalidades de referencia que tratan de reintegrar a Venezuela en la comunidad internacional.

La guerra de Rusia contra Ucrania y la llegada del demócrata Biden a la Casa Blanca han cambiado definitivamente el panorama, y Caracas tiene ahora la oportunidad de negociar con sus adversarios una salida democrática que devuelva la normalidad al país. La oposición antimaduro, desvinculada en gran parte de Guaidó, ha mostrado su disposición de participar en las elecciones presidenciales de 2024 si se dan unas mínimas condiciones. Y la comunidad internacional debería acompañar este proceso para poner fin a un gran drama humanitario y para dar salida a una frustración que enrarece toda la política latinoamericana. Y o Guaidó se sube a este carro, o será definitivamente excluido de este futuro que parece posible e inminente.