Diario Córdoba

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Carmen Albert

TRIBUNA ABIERTA

Carmen Albert

Releyendo a Castilla del Pino

Sostenía que la alineación social hace a la mujer distinta de como hubiera querido ser

En estos días he vuelto a leer ‘La alienación de la mujer’, el libro con el que descubrí a Castilla del Pino. Lo he hecho sin recordar que ahora cumpliría cien años y, al percatarme, me he alegrado de la coincidencia. Lo leí cuando una profesora del instituto donde cursaba bachillerato me propuso que lo presentara en un debate. Me prestó un volumen muy pequeño, posiblemente una de tantas ediciones que circularon tras su conferencia en la universidad de Sevilla en 1968 y que más tarde publicaría Alianza Editorial en ‘Cuatro ensayos sobre la mujer’, donde se amplían las tesis contenidas en el primer estudio.

La tesis central sostenía que la situación de las mujeres en aquel momento se caracterizaba por estar socialmente alienadas, abocadas a no poder desarrollar una identidad al margen de la función que se esperaba de nosotras: un papel reproductivo y de cuidados del varón y de los hijos, incompatible con un desarrollo de otros intereses vocacionales y profesionales. Y aunque consideraba que también el hombre -y más en una sociedad sin libertades como la que vivíamos entonces en nuestro país- estaba alienado, en la mujer la condición se duplicaba: por la dictadura y por la subordinación al varón. Esta subordinación se sustentaba en unos principios morales que hablaban del deber de asumir ese papel tanto por nuestra debilidad, física e intelectual, como por nuestra fortaleza: una feminidad, sea lo que fuera a lo que se refería el concepto, capaz de dar felicidad (al varón) y crear hogares donde ese estado de las cosas se perpetuaría. Sin embargo, Castilla ya apuntaba cómo dicho estado se sustentaba en la represión y conducía a la insatisfacción, un caldo de cultivo perfecto para la psicopatología que las mujeres íbamos a desarrollar en él.

El papel de la mujer que el estudio reflejaba no se parece en nada al que hemos alcanzado en las últimas décadas. Hemos podido salir de ese corsé que nos embutía y emparedaba en vida. En una pequeña parte del mundo podemos elegir, estudiar y trabajar fuera del entorno doméstico. Podemos liberar la sexualidad y expresar el deseo. Y, aunque han aflorado reacciones en contra de ese cambio, la libertad de la que gozamos no se parece en nada a la de esa España de color gris amarillento, el mismo color que el de las páginas envejecidas de mi libro. Castilla conoció estos cambios y los alentó, como psiquiatra y como intelectual. Pero me pregunto qué opinaría de las nuevas guerras que se están librando entre los grupos feministas. Estas divisiones en colectivos que se sienten amenazados por otros que no piensan como ellos. Es como si después de conocer lo que era la alienación nos empeñemos en volver a ella: o respondes a mi modelo de lo que debe ser el papel de la mujer en la sociedad, a mi idea de quién pertenece al grupo y quién no, o estás fuera, al margen. Unos grupos no toleran otras opciones y promueven la cancelación, el borrado social; otros se sienten amenazados porque distintas formas de vivir la identidad de género podrían ser quintacolumnistas dispuestos a dinamitar los logros conseguidos. Cada colectivo esgrime unos principios morales para justificar la exclusión y, mientras tanto, cerca de aquí, una chica muere torturada por no llevar el pelo adecuadamente escondido bajo el pañuelo, como dicta la moral. Hay algo patético en nuestras guerras morales cuando están sucediendo tantas, tan graves y tan cerca.

Castilla del Pino, sostenía que la alineación social hace a la mujer -y al hombre- distinta de cómo hubiera querido ser y esa imposición externa basada, entre otras cosas, en juicios morales, nos convierte en objetos y nos cosifica sin que nos percatemos de ello. Al no ser algo consciente podemos participar con facilidad de los mismos principios que nos han conducido a ese estado. Me pregunto si enfocar los debates dentro del feminismo de una manera tribal, enconada y excluyente no nos dirige hacia nuevas formas de alienación. Mientras, se siguen perpetrando crímenes contra mujeres por no acatar unas directrices impuestas y, en Occidente, se intenta sustituir la mística de la feminidad por una nueva mistificación de la maternidad que cuestiona el derecho a elegir otras opciones. Solo aceptando e incorporando al otro, con sus diferentes ideas, podremos alcanzar el objetivo real del feminismo: la igualdad. Quizá la tarea consista en tender puentes, no en cavar trincheras; en reivindicar el conocimiento científico y la tolerancia, no alentar o sucumbir al griterío.

Me hubiera gustado volver a hablar con Castilla y darle las gracias por haber escrito libros que abrieron grietas en el corsé en el que nos estaban embutiendo. También me hubiera gustado decirle que la profesora que me facilitó su libro era la que impartía Formación del Espíritu Nacional, que o bien era -ella sí- una quintacolumnista, o bien estaba iniciando -años antes de que muriera el dictador- su propia transición. Creo que se hubiera reído

* Psiquiatra

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