Diario Córdoba

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Jose Cobos

Pensar la religión

Es hacer filosofía de la religión. Pensar en algo implica tomar cierta distancia con lo que se piensa

Hace solo medio siglo, ¿alguien habría anticipado que las religiones volverían a convertirse en un peligro para la humanidad? Las guerras de religión que asolaron Europa quedaban tan lejos que parecía como si nunca hubieran existido. Recluida en el ámbito interior, desterrada de la esfera pública, la religión -al menos el cristianismo, en sus diversas confesiones- había asumido que su papel no era el de ordenar imperativamente las normas que rigen nuestra vida en común, sino el de preparar las almas para un futuro más allá de la muerte. La religión se hizo en esta parte del mundo consuelo para nuestro desamparo y, en ocasiones, apoyo para los más desfavorecidos. Todo esto ha cambiado en las últimas décadas. Siguiendo la estela del Islam, cuyo proceso de secularización nunca llegó a consumarse, el integrismo cristiano no ha dejado de dar muestras de su intolerancia al otro lado del Atlántico; a este otro, Kirill, patriarca de la iglesia ortodoxa rusa, bendice las matanzas en Ucrania. La religión vuelve a ser una bomba cuya mecha puede activarse en cualquier momento.

Libros como el último escrito por el catedrático de Filosofía de la Religión e Historia de las Religiones de la UNED, Manuel Fraijó (’Filosofía de la religión. Historia, contenidos, perspectivas’, Ed. Trotta), constituyen un instrumento inmejorable para desactivar ese potente explosivo que ha sido siempre (y vuelve a ser hoy) una religión fuera de sí, desbocada. El autor es perfectamente consciente de ello: «Ardientes credos religiosos sin instancias correctoras desembocan con demasiada frecuencia en el fanatismo y la intolerancia. Cuando los pueblos creen tener en sus manos el testamento literal de sus dioses, sin mediaciones críticas y atemperantes, se convierten en un peligro para la paz. Nuestros días están conociendo ese fenómeno». Esa instancia correctora, esa mediación crítica, no es otra que la filosofía de la religión, disciplina a la que Fraijó dedica este libro que todos los interesados en el tema deberían leer sin demora.

El autor intenta combinar en su texto (sin mucho éxito, como él mismo reconoce) los enfoques histórico y temático. Al final, se decanta por el primero, por la sencilla razón de que «en los autores retornan siempre los temas». El libro se halla plagado así de estampas biográficas sobre pensadores que trataron el tema religioso: a veces desde la polémica; otras, desde la simpatía; a menudo, desde la más austera neutralidad valorativa. Estas estampas constituyen para Fraijó la matriz desde la que comprender con mayor realismo el pensamiento de estos autores, pensamiento que de algún modo «encarnó» cada uno de ellos en su propia vida. Por estas páginas desfilan precursores de la disciplina como Leibniz o Herder; practicantes de la misma como Unamuno o Kolakowski; críticos acérrimos como Feuerbach o Nietzsche. De un modo más pormenorizado se detiene en los tres filósofos que abren, según él, las principales vías en el estudio de la religión: Hume, Kant, Hegel. Aún guarda espacio entre sus páginas para ponernos al día de los últimos logros de las ciencias positivas (psicología, sociología) sobre el hecho religioso; para presentar diversos enfoques de la fenomenología de la religión (James, Otto); o para desgranar -con ese aplomo que solo otorga un saber aquilatado- los complejos entresijos de las tres grandes familias de religiones históricas: las místicas, las sapienciales y las monoteístas.

Pero es el tercer capítulo el que contiene la clave de la obra en su conjunto. En él Fraijó se esfuerza nada menos que en ofrecer una definición de la filosofía de la religión. El autor se decanta no por una caracterización centrada en los contenidos (dada la amplitud y heterogeneidad de estos), sino, más bien, por el modo en el que, según él, se hace imprescindible abordar esos núcleos temáticos. La filosofía de la religión implica, en palabras del autor, «una reflexión crítica, abierta, libre, rigurosa y no confesional sobre los temas relacionados con la religión». Obsérvese que estas cinco notas dibujan no tanto un programa de investigación sustantivo como una actitud de «distanciamiento cordial» (permítanme el oxímoron) entre el filósofo y su objeto de estudio.

Esto enlaza con las líneas con las que abría el presente artículo. Y es que la religión se puede sentir (dicho con mayor énfasis: la religión se puede vivir), pero también se puede pensar. Pensar la religión es hacer filosofía de la religión. Pensar en algo implica tomar cierta distancia con lo que se piensa. En el caso de la religión, dados los peligros que su vivencia acrítica puede acarrear en quienes la practican, este distanciamiento resulta más que saludable. De ahí que el criticismo, la apertura, la libertad, el rigor y la no confesionalidad de los que habla Fraijó sean la mejor manera de vivir la religión sin perderse en ella; y, sobre todo (pese a Kirill), sin perder a nadie por ella.

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