Diario Córdoba

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Carmelo Casaño

LA RAZÓN MANDA

Carmelo Casaño

Los cuentos del seguro azar

En la actualidad literaria es frecuente que la poesía no pase de ser una prosa críptica en renglones cortos; o que obtengan récords de ventas novelones que, antiguamente, eran publicados por entregas diarias en los faldones de los periódicos. Novelas que encantaban a nuestras abuelas, si sabían leer, y que ahora se nutren de sexo y violencia.

En un tiempo de esa índole cultural, viene como agua de mayo --y de octubre, y de diciembre y de cualquier mes, mientras haya sequía-- el nacimiento de una criatura impresa con calidad de página, virtud que adornó --citemos los más próximos-- a Azorín, a Ramón Gómez de la Serna, a Aldecoa, a Marsé... y que hoy está casi desparecida, evaporada.

Los párrafos antecedentes, los hemos traído a colación después de leer el nuevo libro de cuentos, ‘Los ídolos de bronce’, escrito por Francisco Carrasco con una prosa esmerada en la que abunda la precisión en el decir que es indispensable para que, en el orbe literario, surja la obra bien hecha; la limpidez del idioma acogiendo una creatividad llena de ternura e ingenio y, ante todo, la palabra justa y la frase concisa que se muestra en los numerosos puntos y seguido que configuran el texto.

Los catorce cuentos que componen el volumen, están recorridos por lo que Pedro Salinas, en uno de sus primeros poemarios, llamó «el seguro y redondo azar», que determina la existencia de quienes no nos fiamos ni de la rosa de papel, ni de la rosa verdadera, pero creemos a pies juntillas en un azar cuyas leyes desconocemos los singulares habitantes racionales de este pequeño, y cada vez más contaminado, planeta azul. Versos que, hechos canción, reaparecieron en la voz melodiosa y cristalina de María Dolores Pradera.

Ciertamente, amén del amor y el desamor, que nunca pueden faltar en una obra literaria que se precie, el azar inunda el libro. Está presente en el protagonista que resulta la única víctima de un accidente ferroviario ocurrido después de conocer que, por error, le habían diagnosticado un cáncer. En el relámpago que antecedió al rayo justiciero que fulminó al violador. En el camión de la muerte cuyo recorrido terminaba en las tapias del cementerio, donde fusilaban a los desgraciados que aparecían en las listas macabras que confeccionaban el azar y los señorones del casino. En los guerrilleros sin futuro, conocedores de que jamás alcanzarían sus esperanzas. En el realismo dramático de quien vive apresado por la invalidez permanente e irrefutable, rematada con el artificio literario de una máscara veneciana que ayuda a lograr un cuento antológico que, en este libro, nos parece el ‘primus inter pares’ de los relatos. En la muerte vicaria perpetrada por el padre despechado y vengativo del niño Daniel que, afortunadamente, frustró el azar... En definitiva, y en toda su dimensión, el azar que el autor define con exactitud: «El azar es una tormenta. Aparece de pronto y te trastorna la vida. A veces, queda en un leve sobresalto, pero otras tiene unas consecuencias devastadoras, irreparables».

Después de degustar, con el ánimo encendido, este manojo de cuentos, nos llega el deseo de no haberlos conocido para recuperar intacta la admirable sensación que tuvimos al leerlos la primera vez.

* Escritor

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