Diario Córdoba

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Desiderio Vaquerizo

A pie de tierra

Desiderio Vaquerizo

Córdoba y el agua (I)

La ciudad ha tomado agua del río para actividades industriales, riego de campos, huertas...

A solo un día de que la Asociación Española de Agua y Saneamiento celebre en Córdoba su XXXVI Congreso, con Emacsa como anfitriona, quiero sumarme al evento volviendo la vista a la intensa, fructífera e indisoluble relación que nuestra ciudad ha mantenido con el agua a lo largo de su historia; tema complejo y de enorme alcance, que han estudiado entre otros Á. Ventura y G. Pizarro, a cuya obra remito.

Hasta el siglo XX Córdoba nunca bebió del río. Solo una referencia histórica de 1498 alude a la construcción de un muelle para los aguadores «por encima» del Arroyo de las Moras --identificado con el de Las Piedras/La Fuensanta--, si bien nada garantiza que el agua fuera destinada al consumo humano. La ciudad está en la divisoria de aguas de la sierra, y cuenta con gran abundancia de reservorios hídricos. Todo ello se traduce en un nivel freático bastante superficial, muy rico y abundante y con aguas de gran calidad, aunque fácilmente contaminables por el flujo e intercambio con lagos y lagunas superficiales. Ha contado también con una red muy compleja de arroyos, que condicionó en buena medida la topografía urbana histórica, si bien hoy se encuentra en gran parte desdibujada por haber sido colmatados muchos de ellos con detritus o por falta de mantenimiento, o encauzados y soterrados. Su recuerdo queda no obstante en el callejero, caso de las muy conocidas calles Arroyo del Moro o Arroyo de San Lorenzo.

Bastantes de estos arroyos, que provocaban frecuentes inundaciones --muchos de ellos fueron canalizados hace ya siglos para evitarlo, como demuestra de forma recurrente la arqueología en época islámica (algo menos para la etapa romana)--, son citados por las fuentes históricas, pero no siempre es fácil identificarlos, y en general sirvieron para usos agrícolas e industriales; muy raramente para beber, debido a su alto nivel de contaminación. De hecho, la ciudad sí que ha tomado tradicionalmente agua del río para actividades industriales, riego de campos, huertas, jardines y abastecimiento de baños, particularmente de nuevo en época islámica. No tanto, sin embargo, en época del Imperio: Roma fue muy restrictiva al respecto cuando se trataba de ríos destinados al tráfico fluvial (‘Dig’. XLIII, 12, 2, 2; 12, 1, 15), lo que favorecería en contrapartida la construcción de otro tipo de infraestructuras hidráulicas, bien documentadas por la arqueología en diferentes puntos, junto a las riberas del Betis o del ‘Singilis’-Genil.

Tanto la ‘Corduba’ prerromana como la romano-republicana se abastecieron de agua mediante pozos y cisternas, que recogían el agua de la lluvia a través de los tejados. Esta provisión y almacenamiento del líquido elemento mediante veneros, fuentes y aljibes ha sido determinante en la ciudad a lo largo de su historia, hasta el punto de que representa una de sus características y señas de identidad más definitorias.

Tras la destrucción de la ‘Corduba’ republicana en el marco de las Guerras Civiles entre César y los hijos de Pompeyo, que dirimieron a las puertas de Córdoba el futuro de Roma, y su refundación con la máxima categoría administrativa que podía alcanzar una ciudad de nueva fundación: ‘colonia civium Romanorum’, con el patronímico añadido de ‘Patricia’, los grandes prohombres locales, apoyados por el nuevo ‘Princeps’, Octavio Augusto, aunaron fuerzas y recursos económicos para alumbrar una urbe a la altura de la misma metrópolis, y como es bien sabido uno de los aspectos fundamentales que caracterizaban a toda ciudad romana que se preciara de tal era un buen aprovisionamiento, capaz de garantizar a sus ciudadanos los servicios y suministros fundamentales. En línea con ello, desde los primeros tiempos de Augusto la nueva ‘Colonia Patricia’ comienza a dotarse de acueductos que captaban el líquido elemento en algunos de los manantiales y arroyos más caudalosos y salubres de la sierra, atendiendo siempre a los preceptos recogidos por la tradición y los tratados de ingeniería hidráulica.

Tanto la ‘Lex Ursonensis’ (82, 29-34) como la ‘Irnitana’ (77, 29-33), conocidas a través de planchas de bronce que nos han llegado en buen estado, regulaban el cuidado y mantenimiento por parte de ambas colonias béticas de acueductos y caminos, así como en el caso de la primera (actual Osuna) también el uso del agua en ámbito rural y urbano (‘Urs’. 79, 39; 99, 1-8; 100, 9-16), lo que da idea de la enorme trascendencia que los gobiernos locales otorgaban a estos aspectos. Entre los tres acueductos romanos confirmados por la arqueología en Córdoba aportaban a la ciudad más de cincuenta mil metros cúbicos de agua diarios, que aseguraban a los cordobeses el consumo privado, el abastecimiento permanente de las termas, y el avituallamiento del centenar de fuentes distribuidas por toda la urbe; muchas de ellas, como los propios acueductos, obra de grandes evergetas locales --caso del duoviro ‘Lucius Cornelius’--, que destinaban parte de sus abultados recursos a servicios y dotaciones ciudadanas, garantizándose así el desempeño de cargos públicos y un puesto relevante y eterno en la memoria colectiva.

*Catedrático de Arqueología de la UCO

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