Diario Córdoba

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Carmen Galán Soldevilla

TRIBUNA ABIERTA

Carmen Galán Soldevilla

Todos perdemos cuando arde un bosque

La falta de biodiversidad hace que los incendios se propaguen con una mayor rapidez

Cuando se presenta en una clase la evolución del paisaje a través los cambios del clima en la historia es siempre necesario hacer hincapié en las herramientas que permiten realizar estos estudios. Una de ellas es la Paleobotánica, ciencia orientada al estudio de los depósitos sedimentarios profundos de vegetales en suelos no alterados, como los casquetes polares, las turberas o lagunas. Estos estudios permiten reconstruir, entre otras, las secuencias de climas y paisajes que han ocurrido durante el periodo Cuaternario, el más reciente, iniciado hace unos 2,5 millones de años. Es durante este periodo cuando surgió la aparición del ser humano, especie que a lo largo del tiempo se ha ido adaptando a los cambios en el clima que se han ido produciendo durante este periodo, que se caracteriza por la alternancia de periodos glaciares e interglaciares en la Tierra (periodos fríos y cálidos). La época más reciente del Cuaternario es el Holoceno, coincidiendo con el último periodo interglaciar, una época aún corta, que se inició hace unos 12.000 años. La bonanza del clima ha permitido la extensión de bosques y sabanas, creando ecosistemas que han ido evolucionando y adaptándose a los sucesivos cambios del clima, estando sujetos durante este periodo de tiempo a la exposición de riesgos, tanto naturales como antrópicos. La especie humana ha ido intensificando a lo largo del tiempo actividades que han ido provocando importantes cambios en los ecosistemas, especialmente desde el inicio de la Revolución Industrial a principios del siglo XVIII. Estas actividades están relacionadas con los cambios en el uso del suelo, cambios en la distribución de las especies y la pérdida de su conectividad, dando lugar a una sobreexplotación del medio natural.

Recientemente contamos con claras evidencias de que todos estos cambios inducidos por la acción del hombre están dando lugar a una modificación global del clima, a una importante pérdida de biodiversidad, y a alteraciones fisiológicas y fenológicas que pueden llegar a desacoplar las interconexiones entre plantas, hongos y animales, debilitando la capacidad de regeneración de los ecosistemas. Otras evidencias se ponen de manifiesto con el aumento de la contaminación atmosférica, las plagas, las deforestaciones y los incendios, entre otros.

El último verano ha sido especialmente cálido y seco en esta parte del Globo, lo que ha favorecido en gran medida la proliferación de los incendios forestales, algunos de ellos de gran intensidad. Sin embargo, es importante resaltar que los fuegos forestales forman parte del funcionamiento de algunos de nuestros bosques, sobre todo los de tipo mediterráneo, que, además, presentan una composición muy alterada debido a la intromisión de las urbanizaciones dentro de ellos, y a la sustitución de las especies autóctonas por otras exóticas de rápido crecimiento, sin olvidar la dejadez en el manejo del bosque, a veces por cuestiones puramente ideológicas en muchos de los países de la franja mediterránea. Después de un fuego forestal, los ecosistemas se encuentran ante un proceso de sucesión secundaria, es decir, un cambio en la vegetación que se produce como consecuencia de la alteración parcial de un ecosistema al contar con un substrato ya establecido y un banco de semillas, algunas de ellas con propiedades pirofíticas. Estos cambios de vegetación son relativamente rápidos, en comparación con las sucesiones primarias, aquellas que ocurren sobre sustratos que no han sido soporte de ningún tipo de vegetación con anterioridad. En este proceso de sucesión secundaria provocada por un incendio, son las especies llamadas pirófitas las que mejor se adaptan, algunas de ellas porque cuentan con una estructura que les permite resistirse al fuego o por su gran capacidad en rebrotar, por ejemplo, el alcornoque y la encina, y otras especies porque cuentan con semillas resistentes al fuego, como es el caso de las jaras, entre otras.

Desde el origen de la humanidad, uno de sus principales objetivos ha sido el dominio del fuego y su uso, en este último caso, como recurso culinario y calorífico, así como arma de caza y defensa. A lo largo de la historia, las grandes deforestaciones generadas por la agricultura o la ganadería, además de las quemas provocadas en situaciones bélicas, han ido provocando incendios que han alterado en gran medida la estructura de nuestros bosques. Otros incendios son provocados por negligencia o son intencionados, muchos de ellos por motivos desconocidos. El aumento de estos incendios forestales provoca que en ocasiones sean más violentos que los fuegos naturales, impidiendo incluso que las plantas pirófitas puedan llegar a adaptarse y, por tanto, generando fatales resultados en la recuperación del ecosistema. Por otro lado, y como ya hemos señalado, la falta de biodiversidad en los bosques, con grandes reforestaciones de especies altamente combustibles, como el pino y el eucalipto, hacen que los incendios se propaguen con más rapidez.

Por ello, y teniendo en cuenta la importancia que tienen los bosques para el mantenimiento de la biodiversidad, y en concreto en la supervivencia de la especie humana, habrá que recordar aquel viejo lema publicitario que nos anunciaba «Cuando un bosque se quema, algo suyo se quema...»

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