Diario Córdoba

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Joaquín Pérez Azaustre (Julio 2023)

La frase y su contexto

Cualquiera que se atreva a hablar en público está permanentemente expuesto al propio error

La frase y su contexto con el arma en las manos. El lenguaje es un arma: se puede disparar en contra de cualquiera. Incluso hay fuego amigo de palabras: convivimos con él, tratamos de esquivarlo al presentirlo, nos estalla en las manos. Y también podemos dispararnos rotundamente al pie, como los soldados primerizos, con la bala verbal; y eso sin contar con todas las palabras salidas por la culata. Cualquiera que se atreva a hablar en público está permanentemente expuesto al propio error. Partiremos de ahí: claro que a veces somos malinterpretados, pero también nosotros podemos explicarnos mal. Es decir: podemos errar. Y para conseguir expresarte ante los otros con cierta comodidad, sin un corsé de estricta autocensura, tienes que permitirte el lujo de equivocarte. Reconocerlo, al menos. Porque a veces no estamos atinados, nada más, y no siempre son los otros quienes intentan retorcer lo que hemos dicho. Sencillamente, nos equivocamos. Es así. Pero también tenemos posibilidades: la rectificación. O explicar a qué te referías con más exactitud y nota a pie de página, cuando no se ha dicho lo que se pretendía. Y esto tiene que ver con haber errado en el juicio, o con haberse enfocado confusamente en el discurso.

Honestamente, por mucho que choquen las declaraciones de Irene Montero, y por mucho histrionismo actoral que derroche habitualmente en sus afirmaciones, delirantes o no, estoy seguro de que quiso decir otra cosa. En otras palabras: estoy convencido de que la ministra de Igualdad no es partidaria de la pederastia. No solo por su condición de madre, sino porque semejante barbaridad la pondría en la pala del salvajismo psicópata. No ilustraré el artículo con un catálogo de las inexactitudes jurídicas, políticas y hasta de género con las que nos ha obsequiado Irene Montero en los últimos años: están ahí para quien quiera comprobarlas o para quien tenga el estómago de recordarlas aún. De todos sus desastres, quizá el más sangrante haya sido, desde el punto de vista constitucional, la abolición de facto del principio de presunción de inocencia para el varón -según ella, y según quienes siguen un radicalismo en el que, por fortuna, no milita todo el feminismo, aunque parezca que sí-, que constituye un desbarajuste para las relaciones, de todo tipo, entre mujeres y hombres. Pero una cosa es que las políticas y las declaraciones de Irene Montero gusten más o menos; otra, que haya dicho lo que ha dicho; y otra, diferente, que pensemos que una pederasta de tomo y lomo es la ministra de Igualdad de este Gobierno.

El fragmento corresponde a una de las intervenciones de Irene Montero durante la Comisión de Igualdad del Congreso, el miércoles 21 por la tarde, respondiendo a Lourdes Méndez, diputada de Vox por Murcia, que había opinado sobre la ley del aborto y la ley trans, manifestando su preocupación por el daño que provocarán estas leyes en los menores. Entre otras muchas cosas, argumenta Montero: «Todos los niños, las niñas, ‘les niñes’ de este país tienen derecho a conocer su propio cuerpo, a saber que ningún adulto puede tocar su cuerpo si ellos no quieren, y que eso es una forma de violencia. Tienen derecho a conocer que pueden amar o tener relaciones sexuales con quien les dé la gana, basadas, eso sí, en el consentimiento. Y esos son derechos que tienen reconocidos, y que a ustedes no les gustan». ‘Les niñes’, que no falten, más allá del disparate. Claro, la gente se lleva las manos a la cabeza: así leídas, escuchadas y vistas, son declaraciones que normalizan el sexo entre niños y adultos, si media el consentimiento de los menores. Algo que no solo va en contra del artículo 181 del Código penal -«El que realizare actos de carácter sexual con un menor de dieciséis años, será castigado con la pena de prisión de dos a seis años»-, sino que es una aberración. Irene Montero se estaba refiriendo a cuando esos niños alcancen su mayoría de edad, o la edad imprescindible para poder mantener relaciones sexuales. Sencillamente, se equivocó en la construcción gramatical. Nada más.

Sin embargo, la muy airada respuesta de Irene Montero ha sido, otra vez, echar la culpa a una campaña de la extrema derecha, porque ella no ha dicho lo que ha dicho. Otras voces insisten en la conspiración. Pues no. Te has expresado mal, y no pasa nada. Si está grabado, joder. Rectifica, explícalo y en paz. Hasta para estrellarse hay que tener talento. La auténtica grandeza suele estar precedida de una cierta humildad, que desde el sectarismo es imposible.

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