Diario Córdoba

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Ana Castro

el cuerpo en guerra

Ana Castro

El silencio y Juliette Binoche

Un aplauso interminable inunda la escena. La actriz francesa Juliette Binoche acaba de recibir el Premio honorífico del Festival de San Sebastián de las manos de la cineasta Isabel Coixet. Juliette tiene preparado un papel doblado escrito a mano -y las gafas, por si acaso-. Pero sus palabras no necesitan guion. Vestida de violeta, la que lleva siendo mi diosa en la pantalla durante tantas décadas, se prepara para el momento más importante: dedica este premio a un fiel compañero en el camino: el silencio, «le silence».

Cuánto dice este gesto. El vello de mi piel se eriza al escucharla: «El silencio es una presencia. Antes de una toma, antes de interpretar, el silencio es la fuerza, esa fuerza de donde yo saco las emociones, las sensaciones y aparece sin voluntad alguna. Pero sin el silencio, no hay palabras. (...)». El silencio es el que teje ese hilo de oro que termina por componer una obra de arte, ya sea en pantalla o en un libro. Sin el silencio, ese cómplice que solo conoce y escucha una misma, ¿cómo sería posible la existencia de un poema, una fotografía, una escena...? Es una ruptura de la realidad: el tiempo se para, todo queda lejos y solo importa las palabras que de él broten de ese instante y una misma. Entonces acontece la belleza.

En un mundo tan lleno de ruido, me parece muy valioso que Juliette haya llamado la atención sobre la importancia de algo tan nimio como poderoso. Es capaz de salvarnos el día y conectarnos con nosotros mismos y, a su vez, de hacer que la casa se nos caiga encima y no atisbemos ventanas, puertas o baldosas amarillas, atrapados por los escombros de toda una vida. Puede resucitarnos y condenarnos.

Hay personas que aman el silencio; otras no son capaces de soportarlo. Para mí es libertad y paz interior; para otros, una soledad abrumadora. Hay momentos que lo invocan y otros que lo rehuyen. Más allá de ello, la belleza del silencio es algo vivo, como el momento de poner punto final a un poema o el de la mirada cómplice de los amantes. En esos instantes el mundo queda lejos, el silencio se expande y embriaga.

Para las que convivimos con el dolor, el silencio es un compañero obligado. Al principio puede abrumar. Después, algo inseparable, impensable su ausencia a nuestro lado. Solo los momentos de silencio hacen sobrellevable el dolor o la pérdida. Xoel López canta: «Sin las palabras, dime, qué nos queda». Hace millones de años, antes de los sonidos, de las palabras, reinó el silencio. De él nacimos, a él volvemos cuando necesitamos refugio. La belleza es la que nos arropa entonces.

*Escritora y periodista

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