Diario Córdoba

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Jose Manuel CuencaToribio

Historia en el tiempo

José Manuel Cuenca Toribio

Conversaciones en el taxi

Entre los taxistas denominan ‘Alcalde’ al más respetado por sus dotes suasorias

Durante la contemporaneidad más estricta, en democracia y, también, antes, Córdoba ha tenido la gran ventura de contar con excelentes alcaldes como aconteciera igualmente en otra capital andaluza muy hermanada con ella: Málaga. Los nombres de D. Antonio Cruz Conde, D. Julio Anguita o D. Herminio Trigo compendian pero no agotan el abrillantado catálogo de sus ediles más egregios en la España de la última centuria. La tradición municipalista es a todas luces esencial para fomentar y consolidar un roborante espíritu cívico sobre el que se asientan a su vez los motores más poderosos de las democracias más creadoras. Y Córdoba ha gozado del privilegio de que en las horas más bajas de la política nacional haya contado en su Ayuntamiento con auténticos líderes, modelos de gestión al tiempo que de impoluto manejo de los caudales públicos.

De ahí, sin duda, la fama que a nivel popular goza el nombre y la responsabilidad de alcalde. Por entero desconocido para el anciano cronista, no obstante su trato asiduo y viva simpatía por los taxistas de la urbe califal, era hasta el momento saber que entre los integrantes del gremio denominan «Alcalde» al miembro de entre ellos más respetado por sus dotes suasorias y capacidad de diálogo entre posturas enfrentadas o, simplemente, divergentes. Si alta era ya la estima del articulista por los componentes del estamento -(hay ya, por gran suerte y garantía de futuro, cuarenta mujeres en sus filas)- tal conocimiento la ha elevado a una cima difícil de superar. Como es bien sabido, la más genuina forma de democracia en la Norteamérica de la primera mitad del siglo XIX -periodo de su espectacular ascenso en el plano geopolítico mundial-, analizado de manera clásica por el aristócrata francés A. de Tocqueville en un libro de permanente actualidad- radicó en el poder municipal y de modo en extremo afamado en su autoridad suprema. Siglos atrás, la España de los siglos de Oro fundamentó en amplia medida su ascendiente universal en la fuerza y energía administrativas del Municipio, de raigambre bajomedieval.

Por consiguiente, cuando en la pandemia de arbitrismo que semeja envolver la España de Internet y fibra óptica se escuchan voces altisonantes en pro de la recuperación de la herencia áurea del viejo municipalismo como fórmula palingenésica para los muchos males del presente, el abajo firmante acrece su simpatía por un estamento que apela al reverdecimiento del mejor pasado para, al menos, neutralizar las penosas fracturas y hondas escisiones de hodierno.

*Catedrático 

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