Diario Córdoba

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Miguel Donate Salcedo

CALIGRAFÍA

Miguel Donate Salcedo

Measure for measure

Me enteré de que Javier Marías había muerto a las cinco y veinte de la tarde. Tenía el móvil en la mano y me asaltó la pantalla la notificación que tengo puesta a la cuenta de Twitter de la RAE. La frase leída me golpeó tras unos segundos, un cadillo sangrante que me escaló de la garganta a los ojos, arrastrando un suspiro profundo y dos o tres lágrimas gruesas. Cualquiera que me lea o me conozca sabe que profeso por él una admiración incondicional e ilimitada. Era el intelectual que me gustaría haber sido, el escritor, el pensamiento, la literatura, el estilo que me gustaría haber sido. Hay en la primera admiración una ingenuidad que la ensiniestra, que consiste en creer, entrañadamente, que existe la posibilidad de convertirse en la persona admirada. Darse cuenta de que no va a pasar, supongo, lleva a los resentimientos o las negaciones. A mí me quedó una admiración más pura, devastada. Javier Marías era el poder ilimitado sobre el español. No tenía que usarlo para nada, simplemente mostrar cómo lo manipulaba. Kingsley Amis decía de su hijo Martin -en no poco vida paralela de Marías- que tenía la necesidad de «demostrar constantemente su dominio del inglés». Lo decía como algo malo, aunque yo creo que es algo hermoso que decir de un escritor: leer una línea con el convencimiento de que la mejor forma de colocar la palabra es esa y no otra. Si eso es el estilo, la horma de cada uno para que el idioma coja una forma, la afinación del instrumento para que suene como en el pensamiento del autor, con la menor pérdida posible; si es eso, Javier Marías había conquistado el suyo y el suyo era el mejor.

Dejé pasar unos minutos antes de empezar a escribir a familia y amigos íntimos que Javier Marías había muerto. Pensaba en esa información universal como en un secreto recién descubierto por mí. Pensaba en la cartita patética que escribí con dieciséis años para Javier Marías después de pasarme el verano leyéndolo a todas horas, y en mi buen criterio para no mandarla a su editorial. Pensaba en la primera vez que escuché su voz en una entrevista, en los libros que he leído porque sabía que los había leído él, en cómo sus artículos de opinión los he tratado como un catecismo. Pensaba en la gente que me ha dicho que escribir en primera persona es novel, y en cómo escribía en primera persona él. Pensaba en que Cris quería llamar a nuestro hijo Javier, su nombre favorito; y cómo dije automáticamente yo que sí, por Javier Marías.

Prefiero no haber conocido nunca a Javier Marías en persona. Es difícil soportar el juicio de nuestros héroes. Tenía mi fantasía de temblor de manos (Amis sobre conocer a Updike), eso sí. Escribir una novela medio digna (¿imaginan?) y que por extraña carambola le pareciera digna también. La admiración y su respuesta medida por medida, sueño adolescente. ¿Imaginan por una vez morir en España -y la mayor gloria es la que vaya a tener Marías, de ahí a bajar la escalera de cada color de olvido- y tener así la gloria, medida por medida?

** Abogado

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