Diario Córdoba

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María Olmo

LA RUEDA

María Olmo

Madrugada de viernes

La noche del jueves se ha metido en la madrugada del viernes sin más continuidad que un ataque de insomnio y un libro. Por la ventana abierta llega, desde la vuelta de la esquina donde están los locales nocturnos, el atronador sonido de los jóvenes noctámbulos que se salen a la calle, tal vez a fumar, tal vez a pasar la noche sin gastar dinero en la consumición. No puede verlo, pero imagina que circulará el alcohol, y supone que serán entre cien y doscientos chicos y chicas muy jóvenes, pues ha podido verlos en otras ocasiones. Sigue la noche avanzando y en torno a la una de la madrugada el ruido empieza a molestar más de la cuenta: un grupo segregado de media docena de chavalas y chavales se ha instalado en el escalón del local de enfrente de su casa y ha optado por el arte, es decir, que se han puesto a cantar a todo volumen y a bailar, del flamenquito al Quevedo y de ahí p’arriba. Cierra la ventana y se plantea si debe llamar a la Policía Local, pero lo descarta. No le gustan las posiciones intransigentes y de todas formas poco se iba a conseguir. Al rato, gemidos y voces asustadas. Se asoma. Un chico o una chica, una figura tan joven, delgada y andrógina que no es capaz de distinguir el género, está tirada en el suelo. Sus amigos levantan ese cuerpo que parece un reloj blando de Dalí: se escurre, sus piernas no lo sostienen, se desliza y se golpea, no consiguen incorporarlo y al final lo sientan en el escalón pero solo consiguen mantenerlo derecho abrazándolo con todo el cuerpo. Le hablan, pero no puede responder. Una chica se acerca con el móvil. ¿Está grabando la escena o va a llamar a las urgencias médicas? Desde la distancia y con la oscuridad no puede distinguirlo. ¿Hay verdadera amistad o van a aprovecharse de ese ser inconsciente e indefenso para subirlo a TikTok? ¿No se dan cuenta de que su amigo está grave? Pasa unos minutos de angustia, viendo en directo lo que parece un coma etílico y unos casi adolescentes moviéndose en torno a su amigo (parece que es un varón) sin saber muy bien qué hacer. Duda si llamar desde su casa a Emergencias, deja pasar todavía unos minutos sintiéndose culpable de no actuar ya, pero por fortuna la pandilla asume la gravedad de la situación y hace la llamada de auxilio. Enseguida llega la ambulancia, acompañada de la Policía Local (que no se interesa por los numerosos jóvenes que callejean en el entorno aunque son ya casi las tres de la madrugada de un día laborable) y se llevan ese cuerpo inerte que quizá no tenga ni 18 años. Con el corazón en un puño, siempre desde la ventana, siente el dolor de esos padres cuando les avisen y se pregunta cuántos jóvenes acaban así en Córdoba cada fin de semana.

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