Diario Córdoba

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Miguel Donate Salcedo

caligrafía

Miguel Donate Salcedo

Lujo

Llevar un libro encima es la única riqueza con el buen gusto garantizado. Los libros son un adorno generoso, que hasta sin ser leídos iluminan al portador. Otros son traicioneros e infieles: hay que tener un raro carisma personal para que después de gastarse dolorosas cantidades en un deportivo, encima, el deportivo no vaya gritando que su conductor es imbécil. Pasa con los relojes, pasa con ciertos trajes y vestidos, pasa hasta con la bicicleta.

Hay espantosas zapatillas con cuyo precio se colmaría un metro de estantería. Un menú de comida rápida sin alharacas vale más que un libro de bolsillo, como lo valen dos cafés pijos o media hora humilde sentado en la terraza de un bar. Llenar el depósito es más caro que comprar una hermosa edición de cualquier obra. Una comida de medio pollo en un restaurante que venda experiencias a cambio de un salario mínimo vale lo que unas obras completas.

Los libros son el más barato de los vicios caros. Desde hace años, cuando veo gastar o yo mismo gasto cualquier cantidad de dinero, hago la conversión a libros. Qué libro podría haber comprado (y tal vez frente a él en la librería no me atreva a comprar) y qué libros describen a este u otro derrochador sin que él mismo lo sepa. El libro queda. Hasta en su deterioro más abyecto resiste y da uso y resucita. El libro, como huella, es excepcional, pues siempre es mayor la marca que deja que el pie que la imprime. Tienen un precio similar beber tres mil cervezas y adquirir mil libros. Lo primero no deja rastro y lo segundo deja una biblioteca.

Sí, hay bibliotecas públicas y libros electrónicos condenados a desaparecer (¿un día, un siglo, mil años?) en un siniestro bip. Pero las bibliotecas personales resuelven la urgencia y la memoria, traen la calma. Recuerdan el libro que se leyó y cuándo, y en qué librería se compró o por qué motivo. Es más fácil olvidar el contenido del libro-la obra- que la historia del libro-el ejemplar-. La biblioteca personal permite la jerarquía o su ausencia, la duda, el cansancio del dueño, la voracidad del dueño. Yo sé dónde están los libros que leía en el hospital mientras la gente que quiero estaba muriéndose. Pocas cosas tan reveladoras como la biblioteca de cada uno para saber qué ideas se han combatido o abrazado, qué aspiraciones secretas tiene el lector, qué libros íntimamente se desprecian o adoran.

El número de bibliotecas públicas habla bien de la sociedad, el número de librerías de la comunidad y el número de libros en cada casa habla bien de la familia. Las bibliotecas públicas son la igualdad, las privadas la libertad. Mi biblioteca me templa el futuro más que mi plan de pensiones. Porque sé que me esperan todos mis libros dentro de unos años, para preguntarme por el viaje. Conteste lo que conteste, entonces, mis horas comenzarán de nuevo en ellos, y viviré largamente otra vez.

* Abogado

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