Diario Córdoba

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Diego Martínez Torrón

COLABORACIÓN

Diego Martínez Torrón

Idealismo

La televisión y el mal cine engañan. Los libros no engañan. Loor a su idealismo

Creo que lo que fundamentalmente define a la literatura y a la cultura españolas es su idealismo, ya desde tiempos medievales, con rasgos satíricos y críticos en el ‘Libro del buen amor’ y otras obras posteriores. Ese idealismo, como se ve bien en el ‘Quijote’, va asociado al contraste con la realidad, mejor dicho con la verdad -el verismo español, sobre el que he insistido- sin el cual dicho idealismo se convierte en locura.

Pero, ¿fue más feliz Sancho, con su visión verista que don Quijote con su idealismo quimérico? La vida de Sancho fue roma y pequeña, si bien dotada de la infinita ternura humana con la que Cervantes dota a todos sus personajes. Sin embargo Sancho posee también su idealismo, busca la promoción social, la ínsula soñada, en su desmesura también irreal. Y es capaz de amar a los animales: la preciosa relación con su rucio. Y ayuda, también engaña -la carta a Dulcinea-, a su enloquecido y admirable señor. No todo es simple realismo vulgar en Sancho: de aquí la visión positiva que de lo popular tenía siempre Cervantes en toda su obra, aunque a veces lo popular roce la ilegalidad y marginalidad picaresca...

¿Fue Sancho, decía, más feliz que don Quijote? A don Quijote la vida le castiga duramente por ese idealismo. Sufre palizas, pierde costillas y dientes. Pero tiene un proyecto de vida en su mente, que le lleva a recorrer toda la geografía de su país tratando de ayudar a los menesterosos. Y lo hace poniendo en solfa los valores reaccionarios -comunes a todos los países de la época y a muchos de hoy- de la sociedad del momento: en el episodio de los galeotes critica el sistema penal español; critica a la Santa Hermandad, y a los escribanos y alguaciles corruptos, y al cura que vive ocioso con los duques -si bien es entrañable su amistad con el cura y el barbero de su pueblo-; y critica a los ociosos duques que se burlan de dos personas inocentes e ingenuas, como son el caballero y su escudero -aunque a la vez nos da una imagen humana de la duquesa, en la carta a la mujer de Sancho-; con valentía Cervantes censura a la clase aristocrática que, con la monarquía y la Iglesia, eran los grandes poderes de la época; y elogia la libertad ecologista de Marcela; y canta a la vida armónica en la naturaleza de los cabreros, con una visión que hoy también llamaríamos ecológica; y elogia a Roque Guinart, el forajido catalán de amplio corazón; y canta a las penalidades del soldado, cuyo valor pone por encima de la vida del escritor: Cervantes me parece que es ante todo un soldado de su imperio, si bien con una visión mucho más abierta y humana, mucho más moderna: no olvidemos la concepción democrática de Cervantes en la relación igualitaria de señor y escudero, en una época desmedidamente clasista, cuando aún no se había inventado la democracia.

Podría seguir y no lo hago. Remito a mi muy extensa edición del Quijote editada recientemente por Renacimiento, con casi 6.000 notas y muchos estudios anejos, algunos inéditos y otros agotados. Allí estudio de un modo diferente el pensamiento de Cervantes.

¿Por qué traigo aquí este tema? Porque me parece que actualmente la literatura española, afectada del pragmatismo anglosajón -contra el que no tengo nada, y en cuyo mundo tengo buenos amigos y amigas- ha perdido ese norte del idealismo. Se ha perdido el idealismo tradicional de nuestra literatura en los escritores actuales. Están todos escribiendo literatura policíaca y de espías, copiando los modos anglosajones que surgieron desde la postguerra mundial. Y aquí salvo a grandes autores como mi buen amigo José María Merino, con personalidad a contracorriente y exitoso resultado, siempre con hermosas historias en su mente. Creo que se perdió el idealismo después de Delibes, y en poesía después de la generación del 27 -aquella admirable generación de la Segunda República, que deriva de la generación del 98, también decididamente realista.- Antes habíamos sido idealistas incluso en las generaciones naturalistas, como en el caso de Galdós y Clarín, soberbios escritores...Y ya antes, de un modo muy verista y crítico, estaba el gran José de Espronceda, solo comparable a Byron, al que supera.

En fin: creo que debería enseñarse más y mejor la cultura y la literatura española en los planes de bachillerato de todas las regiones, y en las universidades. Quizás así se ampliaría la hermosa idea de España en las mentes de todos los habitantes de este país, verdaderamente admirable justamente por ese idealismo, que supera a los defectos que toda nación tiene...

Quizás los políticos debieran tomar nota también de ese idealismo, y olvidar sus mezquinas trifulcas de intereses mezquinos.

Quizás todos debiéramos volver a ser idealistas, si es posible sin caer en la locura. O, en todo caso, orillar los aspectos beneficiosos de esa locura, cuando se convierte en el deseo y la aspiración de conseguir la Arcadia quijotesca -el genial episodio de los cabreros- en este mundo terreno. Todo ello lo ve muy bien el genial Cervantes -al que considero muy superior a Shakespeare, a veces aquejado de retórica caduca.-

En fin, debemos generar en las jóvenes generaciones ese idealismo, frente al hedonismo estúpido y brutal que asimilan en el cine y la televisión.

Como siempre he dicho: la televisión y el mal cine engañan. Los libros no engañan. Loor a su idealismo.

* Catedrático de Universidad y escritor

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