Diario Córdoba

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Joaquín Pérez Azaustre (Julio 2023)

Escribir en los otros

Adentrarse en un rostro y tratar de entenderlo; lo hacemos escritores cuando nos retratamos en los otros

Adentrarse en un rostro y tratar de entenderlo. Eso es lo que hacemos algunos escritores cuando nos retratamos en los otros. Escribe Irene Vallejo en su espectacular ‘El infinito en un junco’ que también nuestros cuerpos componen -igual que los papiros, como los pergaminos- unos libros que cuentan con la escritura en marcha de la vida. Así cada expresión, con su mapa de grietas en las comisuras de los labios -si hemos reído mucho- o más abismadas, hacia abajo, cuando las expresiones se silencian en un abismo propio; las cicatrices, las honduras, esas manchas que el sol va a ir esparciendo, con un idioma extraño, sobre la piel marcada, o incluso nuestro paso, es también la escritura sobre un cuerpo que se puede leer, una historia que aguanta hasta el final su pulso narrativo hacia el presente. Nuestros cuerpos narran quiénes hemos sido y también quiénes somos, desde ese fondo líquido en los ojos con un temblor que cubre los anhelos, los vértigos, todas las soledades que sumamos, y también el recuerdo, en la retina, de los días de gloria.

Cuando escribes desde el punto de vista de los otros, amparándote en ellos -que también se resguardan indirectamente en ti, aunque no lo necesiten, ni lo hayan pedido-, adoptando los nombres, las escenas, sus hechos más o menos reseñables, o los más singulares, las cumbres y caídas protagonizadas por otros, personajes reales con su propia desolación de la quimera, comienzan a fluir muchas energías invisibles, y en varias direcciones, como un tornado vivo que todo lo transforma. Desde la recurrente narrativa histórica hasta la metaliteratura -que siempre me ha interesado más, porque es la doble vida de los libros, esa corriente alterna que se escribe también al recorrerla de nuevo-, si al escribir adoptas el punto de vista de un nombre conocido, reconocido por cualquier lector, no tendrás solamente una mascarada -cito aquí a Gimferrer-, sino una encarnación.

Estos últimos años, a lo largo de novelas y de artículos, yo he sido Scott Fitzgerald, algo menos Hemingway, Manolete y también los abogados de Atocha. Escribo esto con la suficiencia y el respeto, necesarios por igual, que da la autoridad de haber entrado dentro de sus vidas con el escalpelo de la tuya. Es decir: para mirar dentro de un alma, para asomarte a un hombre y su misterio, tienes que estar dispuesto a abrir las puertas que pueden conectarte con la tuya. Hay un intercambio, un pulso silencioso, una aproximación con su carga de error. Pero te fundes, te tiras a ese fondo para cruzar nadando la piscina. Es el culturalismo que prefiero: el que se sostiene con la vida. El resto es trampantojo, cartón piedra, mera figuración de actores huecos. Porque, si quieres adentrarte en su dolor, tienes que poner a dialogar a tu dolor con ellos; y, si quieres elevarte en su alegría, has de poner encima de la mesa todos tus momentos rutilantes, aunque evocarlos lleve, en varias formas, su peso de daño incorporado. Claro que el compromiso entraña mucho más: una documentación que te ocupa la vida, llegar hasta a saber cómo podrían reaccionar en cada situación, lo que responderían, lo que se callarían. Es un esfuerzo ímprobo y tiene que venir de una pasión. Pero la documentación es poco más que el entrenamiento físico para cualquier atleta: se da por hecha. Luego viene la técnica, con una convivencia diaria que abarca hasta los sueños, y también el asombro. Porque estás escribiendo sobre ellos: los estás creando, los estás entendiendo, y también te estás forjando un poco a ti mismo desde ellos. Sin ese sortilegio, sin esa tensión, sin revelarte en ellos ni interpretar el brillo de sus ojos, estaremos en una biografía. Y aquí tocamos otro territorio: es una narrativa corporal, de carne y de tejidos, en la que también nos asomamos a sus escenarios interiores.

Este jueves 15 de septiembre, Diario CÓRDOBA ofrecerá con el periódico el libro ‘Manolete: el hombre y su misterio’, editado con motivo del 75 aniversario de su muerte. Escribirlo ha sido un reto y un honor. Es la segunda vez que entro en su mundo -la primera fue mi novela ‘La suite de Manolete’-, pero no sabía que el personaje me había reservado tantos claroscuros dentro de su silencio, sus conversaciones en la sombra, tanta fortaleza en la visión del muchacho que se escribió a sí mismo sobre las circunstancias. Lo he presentido más, lo he querido más. Adentrarse en su rostro y tratar de entenderlo, colocar ahí el foco, me ha hecho dejar atrás todo lo que creía conocer para encontrarme al hombre.

* Escritor

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