Diario Córdoba

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Ana Castro

EL CUERPO EN GUERRA

Ana Castro

Perderse en la isla de Bergman

Estoy intentando recuperar viejas costumbres. Ir cada miércoles al cine es una de ellas. Supongo que es un hecho en el que me reconozco y que me reconcilia con la Ana de veintipocos que no fallaba ninguna semana y, sin excepciones, se sentaba sola en una butaca a dejarse llevar. Entonces solo importaba nutrirse de historias, sentir a solas, en plena intimidad, sin tener que comentar la película después, pues dentro queda todo dicho.

Así, cargada de dolor y náuseas, porque las últimas semanas mi cuerpo me lo está poniendo difícil, me armé de fuerza y paciencia, me tomé todos los refuerzos de medicación posibles, y me planté allí, en un cine distinto a los habituales de aquella época y me acurruqué en mi butaca. La realidad quedaba lejísimos entonces, salvo el dolor, que me abrazaba a su manera. La película en la que me disponía a sumergirme no podía ser otra que ‘La isla de Bergman’ (Mia Hansen-Løve, 2021). Le tenía ganas desde hacía varios meses y, de alguna forma, sentía que la película tenía un mensaje especial para mí.

Y así fue. Más allá de sentirme identificada con la situación supuestamente idílica que plantea -una pareja de cineastas que se retiran a la isla donde vivió el conocidísimo Ingmar Bergman en busca de inspiración para sus nuevos proyectos-, pronto se atisban las grietas que están presentes en toda relación. Nos sumergimos entonces en el guión de ella sin saber muy bien qué es ficción y qué no. Ante nosotros, los grandes interrogantes de la madurez: ese desgarrador «¿Por qué no me elegiste a mí?» que reprochamos a algunos antiguos amores que no dejan de acompañarnos, junto a la certeza de un rotundo «Te querré siempre».

Al echar la vista atrás, de repente, en la pantalla se suceden las vidas que no vivimos, las que no elegimos. La punzada de no ser la elegida es la nuestra. Al fin y al cabo, ¿quién no echa la vista atrás en determinado momento y se pregunta dónde podría haber acabado? ¿Cómo serían sus otras realidades? Tan solo sabes que llegaste aquí, tus pasos te trajeron aquí. Y, en realidad, más allá de la nostalgia de todo lo no vivido, tienes ganas de volver a casa. Sentarte en el sofá, esperar a tu pareja y sorprenderla mientras entra por la puerta con una de vuestras canciones -justo esa con la que ha acabado la película-, mientras en tu cabeza resuenan los versos de Rafael Espejo: «Mírate con mis ojos. / Yo también soy tu casa».

* Escritora

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