Diario Córdoba

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Francisco García-Calabrés

Extremos y centralidad

No le quito valor a los extremos, que en ocasiones nos hacen virar a nuevos horizontes

Sociológicamente, dicen las encuestas, no somos mayoritariamente un país de extremos. Aunque estos, precisamente, hagan más ruido mediático del que tienen necesidad, con sus planteamientos y propuestas. No le quito valor a los extremos, que en ocasiones nos hacen virar a nuevos horizontes y romper el inmovilismo, que defienden nuevos postulados más atrevidos, propuestas más innovadoras y, en ocasiones, recogen la voluntad de quienes no se sienten representados en otras formaciones. Digo todo esto, ahora que estamos al comienzo de un curso que indefectiblemente, terminará con convocatorias electorales.

Frente al tradicional bipartidismo que gobierna en muchas partes del mundo, en nuestro país hemos asistido a una fragmentación y disgregación del poder político, lo que hace que sea más fácil de obtener y perder, y más difícil de ejercer en el día a día como ya señaló Moisés Naím certeramente. Lo comprobamos con las alianzas de los populismos y los independentismos minoritarios, y se certifica por la fragilidad institucional y la falta de los consensos mínimos necesarios como, por ejemplo, observamos, en el caso crónico del Poder Judicial y tantos otros. Y ante las elecciones que se avecinan para el año próximo, la disyuntiva es si recurrir a los extremos en discursos, propuestas y apoyos, o bien volver a la centralidad sociológica y política. A mi juicio, quien gane la centralidad gana el poder, ya sea desde la socialdemocracia o desde el liberalismo, aunque todos tengan la tentación de comprar el discurso del extremo correspondiente para aumentar su caladero con otros votos. Lo que sería un error que lleva a desnaturalizar el propio proyecto, despistando y enojando a los afines.

No es fácil, porque la política de hoy está instalada en el sectarismo cainita, en la falta de diálogo entre los principales y mayoritarios partidos que representan a la sociedad española. Las redes y los medios alimentan ese frentismo y envenenan con la mentira y el odio cualquier espacio de acuerdo. Incluso enfrentan a unos pobres contra otros según su origen, como si la pobreza entendiera de banderas.

La centralidad desde luego no es un mitin, ni un eslogan, ni una estrategia de partido, que se reviste de encuentros ciudadanos y aparente neutralidad. La centralidad es un estilo, una práctica de ser propositivos y de alimentar el dialogo, es devolver la soberanía a los representados. Y no me refiero al diálogo chantajista con quienes son contrarios al propio pacto constitucional, cediendo competencias o principios, sometiendo a las mayorías en el regate corto de sacar adelante una votación parlamentaria. Contra la centralidad, la opción contraria es construir alianzas para ocupar el mayor espacio electoral, el frente popular que tal vez alcanza el poder pero que hace inviable que la sociedad avance. Porque ésta no se construye por unos contra otros, sino en un proyecto común. Estamos ante una grave crisis, que exige centralidad y realismo, es decir, medidas concretas que mejoren la vida de la gente. No la impostura de ese marketing de humo que tanto nos cansa y que tanto gusta a algunos asesores. El resultado de las pasadas elecciones andaluzas, tiene mucho que ver con todo lo dicho aquí. Ya veremos que nos depara el curso y si la victoria será de los representantes, del juego y el artificio de la política, o de los representados y la atención a las necesidades generales de la población. Ya dice la sabiduría popular que los extremos nunca son buenos, y que en el término medio se encuentra la virtud.

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