Diario Córdoba

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Joaquín Pérez Azaustre (Julio 2023)

Los cuerpos dorados

«Seguir, crecer, vivir, siempre se renueva con septiembre. Nuevos proyectos, nuevas ilusiones...»

Todo aquello que nos hace daño hay que dejarlo atrás. Normalmente septiembre se afronta con la vida por hacer, como cualquier comienzo con la construcción en marcha de uno mismo. Pero todos tenemos nuestro pasado a cuestas, la fiebre acumulada de unos meses con su dura quietud paralizante. Y todos los veranos no pueden ser los mismos, ni para nosotros ni entre sí, por mucho que la estación pueda evocarnos una cierta delicia sensorial. Recuerdo una conversación con Juan Marsé, hace algunos años, en la que me preguntaba si Orán seguía siendo el paraíso de los cuerpos dorados bajo el sol, en la playa, que él recordaba de sus lecturas juveniles de Albert Camus. Le contesté que no, pero se me ha quedado esa expresión de la plenitud del verano casi como ideal inalcanzable: esos cuerpos dorados bajo el sol. Algo de eso ha habido, o creo haber tenido, y trato de ubicarlo en mi recuerdo; pero ahora me pregunto cuándo y por qué dejaron de ser así los veranos.

Supongo que la vida iba en serio, como en el poema de Jaime Gil de Biedma --que es más una sabiduría que un poema--, y lo vamos comprendiendo más tarde. Pero hay una gran diferencia entre vivir septiembre como una condena, tras haber habitado el paraíso --cada uno con sus propias metáforas de la felicidad y con sus propios cuerpos al sol, sus risas entre cócteles al anochecer, los niños en la orilla o el abrazo sincero de las gentes que amas--, y ser consciente de que el curso por delante, lejos de una condena, se presenta como revelación, y liberación, y una reconquista de uno mismo. Como, visto lo visto, parto de la base de que no todo el mundo ha vivido el verano como esa realidad idealizada, entre risas felices y unas cuantas plenitudes --visibles o invisibles, táctiles, difusas-- al atardecer, hoy me acuerdo de ellos, de los que no sientan que estén abandonando ningún buen territorio, ni soñado ni mítico, y por eso ven septiembre con la luz de una renovación.

Hoy me dirijo a ellos, porque creo que son legión. Cuando lees que en septiembre se precipitan las cascadas de divorcios, no es difícil pensar, ni imaginar, que esa gente no viene de pasar el mejor verano de sus vidas. Así que los veranos pueden ser muy duros, pero eso no se cuenta en los anuncios, ni en las películas, ni en las canciones, ni mucho menos en los artículos de prensa siempre que dejamos el verano atrás. El otro día mi buen amigo el cantautor Manuel Cuesta publicó en Facebook un texto en el que decía: Odio el verano. Lo explicaba de la siguiente manera: cada 15 de agosto tiene que separarse de sus hijas. Después de haber pasado con ellas la quincena, después de haber ganado esa inercia de días compartiendo con ellas desde el desayuno hasta la cena, una separación. Claro que hay muchas cosas que, sin vivirlas, no sabes lo que son. Pero para eso está la empatía: para entenderlas, para lograr ponerte en el lugar del otro. Si además también las has vivido, no sólo las entiendes, sino que forman parte de tu piel. Supongo que hay gente que también vive esto, que trata de sacar, de entre los pliegues de la realidad, sus hilos de esplendor. También sé que la vida, muchas veces, como le dice Rocky Balboa a su hijo ya mayor, no consiste en lograr nada, sino en resistir los golpes que nos da. Y, sólo de vez en cuando, sacamos la cabeza y respiramos, y reímos, y a eso lo llamamos plenitud.

Como pueden ver, hoy me siento optimista. Más allá del verano que haya gozado o padecido cada cual, también me gusta septiembre. Esa sensación de comenzar, esa lenta sucesión de tiempos atmosféricos que arrojan su propia suavidad sobre el espíritu. Seguir, crecer, vivir, siempre se renueva con septiembre. Nuevos proyectos, nuevas ilusiones que tienen que vestirse desde dentro, con el campo de hojas secas que se mecen por los vientos nocturnos sin que puedan cubrir ningún poema. Así vivimos, así recomenzamos, con los cuerpos dorados que nos miran desde ese territorio de la fabulación que un día visitaremos con todos los sentidos activados. Y darnos algún gusto: escuchar a Frank Sinatra y dejar que su voz de palabras perfectas nos hable de una vida que podemos tocar. Pero todo aquello que nos hace daño, definitivamente, hay que dejarlo atrás. No podemos seguir con mochilas pesadas, porque nos van dejando sin respiración. Subiremos la cuesta que la vida nos ponga, pero las maletas hay que irlas soltando, en los andenes, antes de montarnos en el tren. Pensemos que ese túnel nos alumbra, con la aventura al fondo que inaugura el presente.

* Escritor

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