Diario Córdoba

Diario Córdoba

Rosa Luque

ENTRE VISILLOS

Rosa Luque

Una muchachita de Valladolid

Fallece a los cien años Ana María García Andrés, una mujer entera

Era fuerte, valiente, e irradiaba una energía que contagiaba a su alrededor. Salió airosa de varias enfermedades propias y afrontó con entereza y sin apenas derramar lágrimas, que iban por dentro, las de algunas de sus personas más queridas. Se negó hasta el último aliento a compadecerse de sí misma, y nunca se quejaba de nada, pues sostenía que hacerlo era malgastar esfuerzos que mejor emplear en resistir. Ana María García Andrés ha resistido hasta los cien años y lo ha hecho como ella quería, cerrando los dos ojos a la vez y no a plazos. Porque ha plantado batalla hasta el final a los achaques de una edad que ya se le hacía demasiado larga. La muerte le sobrevino el pasado mes en Cádiz, ciudad que acogió a esta vallisoletana reciclada en cordobesa desde que, desprendiéndose con dolor de su bonita casa de la calle Ambrosio de Morales, decidió abrigar la vejez al calor de dos de sus cuatro hijos, con los que compartió edificio -que no vivienda, ya que no renunciaba a la autonomía-. Frente al mar y los crepúsculos que ponían ensoñación a sus tardes de lectura compulsiva.

Como escribí en una entrevista que le hice a comienzos del milenio, Ana María García Andrés podría haber sido periodista como su marido, empresaria audaz -de joven, habría montado una granja avícola si la familia no se lo hubiera impedido- o tiburón de las finanzas. En realidad pudo ser lo que se le hubiera metido entre ceja y ceja. Pero optó por la enseñanza, a la que dedicó buena parte de su existencia. Licenciada en Químicas y titular mercantil en una época de escasas universitarias, y menos en ciencias, se jubiló como profesora de Matemáticas en el instituto Blas Infante, del que pudo ser directora de no haber rechazado el cargo, contaba ella con cierto desencanto, al no sentirse plenamente apoyada por todos sus compañeros, temerosos de ser mandados por una mujer a la que no había quien tosiera. Sí llegó a ser directora de la Escuela de Comercio, un centro muy a su medida en el que permaneció feliz desde su inauguración en el curso 1955-1956 hasta que muy a su pesar le tocó cerrarlo a principios de los ochenta. Fue una profesora excelente y exigente que compensaba su falta de condescendencia con píldoras de actualidad y humor agudo, rasgo que cultivó siempre. Y aquel empeño en hacer peritos no solo en mercancías sino en la vida se lo compensaban sus exalumnos homenajeándola cada vez que volvía a Córdoba para visitar a amigos y a médicos.

A esta ciudad había llegado Ana María en la Navidad de 1955, con 33 años y dos niños agarrados a la falda, para reunirse con su esposo, el soriano José del Río Sanz, un gran periodista incorporado semanas antes a la plantilla del CÓRDOBA, del que fue redactor jefe hasta su jubilación. Se encontraron con una sociedad cerrada y pueblerina que no acababa de entender la clave de aquella singular pareja de intelectuales castellanos: él escueto, exquisito y con tendencia al recogimiento; ella efervescente y rotunda, también tierna y muy hospitalaria con quienes le llegaban al corazón. Él concentrado en lo suyo; ella multiplicada en la enseñanza, la política -hija de su tiempo, fue consejera provincial y local del Movimiento- y presta a dar consejo y ayuda a todo el que se lo solicitara, ya fuera en el aspecto comercial -tenía ojo de águila para los negocios- o en el que se terciase. En 1968 coordinó las primeras jornadas sobre la mujer que se celebraron en Córdoba, un tema que frecuentó. Aunque, criada entre mujeres solas -al padre lo mataron en la guerra- rehuía la etiqueta del feminismo por creerlo algo tan natural como respirar. Para cuando dejara de hacerlo, tenía previsto reposar para siempre en Córdoba, cuya iglesia de la Compañía recibirá sus cenizas. Querida Ana María, descansa en paz.

Compartir el artículo

stats