Diario Córdoba

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Carmelo Casaño

LA RAZÓN MANDA

Carmelo Casaño

El siglo de las crisis

En 2008, estalló la economía con truenos ensordecedores, echandole la pata al crac de 1929

De 1998 a 2008 Occidente vivió una época de florecimiento económico. Aquí, en España, sin darnos cuenta de que se sobrepasaban nuestras posibilidades, hubo momentos en los que parecía que estábamos en la Jauja literaria, donde ataban a los perros con longaniza.

Pero, nuestro gozo en un pozo sin fondo. A partir de 2008, estalló la economía, con truenos más ensordecedores que las mascletás levantinas. Circunstancia que los especialistas han llamado «la mayor crisis económica que se recuerda», pues le ha echado la pata al crac de 1929, cuando los inversores norteamericanos se lanzaban por las ventanas y morían estrellados en el asfalto.

Durante la década prodigiosa -los últimos años del siglo pasado y los primeros de éste- la inflación era mínima, el euro tenía la vitola de ser la moneda más fuerte del mundo y, en nuestro país, tanto la Banca como las Cajas de Ahorros, financiaban con facilidad al consumo y concedían altos créditos hipotecarios para adquirir inmuebles que se tasaban y vendían a precios evidentemente especulativos. Una situación que los entes bancarios conocían al dedillo, pero toleraban, sabedores de que, dada su importancia imprescindible, si se producía, como era de esperar, una situación extrema, el Estado salvaría los muebles, reflotando las deudas con dinero público extraído de los bolsillos de los contribuyentes. Acertaron de lleno, dieron en el clavo.

Tan irresponsable fue la conducta de la Banca que, consciente de la gravedad de lo que podía pasar -¡y pasó!-, a quienes cambiaban su hipoteca de Banco o Caja les obsequiaban con un juego de sartenes. Sartenes que, enseguida, resultaron la metáfora anticipada del sartenazo que llegó en 2008, cuyos efectos destructivos todavía colean, porque, como en todas las crisis acaecidas desde que nuestros ancestros se bajaron de los árboles para acabar subidos en automóviles, los escasos potentados se enriquecen de lo lindo mientras se empobrece la multitud de los desfavorecidos. Una realidad social que los tartufos felices, satisfechos, llaman «ley de vida», y se quedan tan panchos mientras, en la cubierta del yate, degustan a dos carrillos la solemne mariscada.

Además, como cuando no hay harina todo es mohina, la crisis en auge se solapó con otra nueva y misteriosa: la producida por la pandemia covid que nadie sabe bien si la originaron los chinos o los murciélagos de la China, pero que de nuevo mandó a hacer puñetas -también mascarillas- a todo el mundo.

Pero -se lo decía Hamlet a su madre: «Gertrudis, Gertrudis, las desgracias nunca vienen solas, llegan en legiones»-, cuando aún renqueábamos, aparece el soviético Putin y, tras prostituir la endeble democracia rusa, enjareta una guerra humana y económicamente criminal, sabedor de que los probables castigos que le impusieran desde Occidente, tendrían, como está sucediendo, un efecto bumerán, con unos perjuicios recíprocos que siempre afectan más a las democracias verdaderas que a las dictaduras camufladas. Males bélicos que en Europa amplifican la crisis con recientes dificultades: una inflación a galope tendido y una inquietante sequía que preludia desertizaciones. Como eran pocas las calamidades derivadas de las crisis, parió la abuela meteorológica.

Con la aparición de esos últimos males, hemos aprendido, cada vez con mayor exactitud, que vivimos en un siglo donde las crisis están a la orden del día, aunque aún no han llegado a su cénit, porque las encuestas norteamericanas no descartan la guinda del pastel: o sea, el retorno de Trump, el nuevo jinete del Apocalipsis, el paladín del delictivo asalto al Capitolio, el más cínico y amoral de los 47 presidentes que han tenido los USA.

* Escritor

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