Diario Córdoba

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Miguel Ranchal

De Apolo a Artemisa

Se ha pasado de la arrogancia del mensajero de los dioses, a la significancia de la diosa cazadora

Las cifras no hablan, pero sentencian. Catorce han sido los años en los que la Unión Europea ha tardado en levantarle la tutela económica a Grecia. No es que la deuda se haya esfumado por arte de birlibirloque, pero ya no es preciso que los helenos sientan a los hombres de negro en el cogote. Cuarenta y dos son los días en los que oficialmente este verano España ha estado sometida a una ola de calor -a los cordobeses nos tienen que dar de comer aparte, aunque ya estemos encallecidos con la canícula-. El anterior récord estaba en veintinueve, indicio palpable que lo del cambio climático no es una mojiganga.

Se ha reincidido en poner fechas para lograr una efectiva equiparación de géneros. Quizás esta alquimia se encuentre en el espacio. Apunten este dígito: 56 años. Es el tiempo que media entre el colofón de la Década Prodigiosa («un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad») y el retorno a la Luna, aunque en esta ocasión será una mujer quien hollará primero el polvo de nuestro satélite. Todo está previsto para que el proyecto iniciado con el lanzamiento de ayer ponga su guinda en 2025, con paseos sobre la ingravidez selenita y nuevos cacareos de los negacionistas, que insistirán en la planitud de la Tierra y que ese será un aterrizaje de cartón piedra, como hizo en su película George Mélies.

Ya tenemos otra forma de acotar esta sobrepasada media centuria: el periodo comprendido entre los Proyectos Apolo y Artemisa. La nomenclatura es toda una declaración de intenciones, significando que la NASA también está con el Me Too. Se ha pasado de la arrogancia papichula del mensajero de los dioses, a la significancia de la diosa cazadora, siguiendo la vuelta del calcetín de las princesas Disney. Estos avances en la diversidad podrían ser uno de los hitos de una época tan intensa, de no constatar su desigual reparto en el planeta -obsérvese la querencia de los países musulmanes, con Afganistán como principal borrón, sin perder de vista a los fundamentalistas cristianos estadounidenses-. Y, cómo no, el vertiginoso despliegue de la tecnología. Hoy podemos empatizar más con el vuelo de Armstrong, Collins y Aldrin, y su sintonía con la singladura de Magallanes y Elcano: nos asombra que el ordenador del Apolo XI prácticamente tuviese la resolución de un Commodore 64.

Artemisa se cuela para vivificar el retorno al pasado. Los rusos llegan puntuales a su cita, dándole la réplica escatológica a los americanos. Eso sí, a la carrera espacial se apuntan los chinos, pues nada como el firmamento para espolear nuevas epopeyas. Seguramente Pink Floyd no será del gusto de Xi Jinping, pero al mandamás chino le pirrará montar una base permanente en la cara oculta de la Luna. Nueva guerra fría, en la que las crónicas de los avances del Vietcong y las trovas antimilitaristas de The Doors, Joan Báez o Janis Joplin, han sido sustituidas por la gruesa sevicia de Putin y la Despechá de Rosalía. Con la constatación de efemérides, Pedro Sánchez sale ganando porque en aquel mítico 69 el Caudillo aconsejaba no meterse en política y cuqueaba las ataduras de su dictadura pescando en el Azor. Eso sí, Robledo de Chavela puso su pica en Flandes en el alunizaje.

Echaremos de menos a Jesús Hermida, que es lo mismo que tararear el María Isabel de Los Payos; jugar con las cartas de la familia bantú o añorar, emulando a Proust, el Dany de Caramelo. Lo mismo que teletransportarse a la infancia en un cohete que, en blanco y negro, atravesaba las pulgadas del televisor.

** Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor

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