Opinión | A PIE DE TIERRA

El puerto fluvial de Córdoba (V)

Era la confluencia perfecta entre la ruta acuática del sur peninsular y los principales caminos terrestres

La ciudad de Córdoba, que controlaba el curso medio del Betis y debió ejercer desde antiguo un papel muy activo en la organización del comercio y el tráfico fluvial hasta Sevilla, era la confluencia perfecta entre la más importante y activa ruta acuática del sur peninsular y los principales caminos terrestres; una premisa de gran trascendencia para Roma a la hora de elegir la ubicación de sus más relevantes centros urbanos y de distribución, supuesto que el transporte por agua representaba un ahorro muy considerable -económico y de tiempo- con relación al terrestre, gran capacidad de irradiación hacia el interior, y un incremento de las cargas y de la seguridad cuando se trataba de productos o materiales de especial fragilidad; particularmente aguas abajo. Debió disponer, pues, desde muy pronto, de puerto y embarcaderos propios por los que se moverían en ambos sentidos materias primas, manufacturas, personas e influencias culturales (el río, como factor de civilización), avituallamientos e impedimenta militar.

Hacer extensiva esta última apreciación a tiempos prerromanos, cuando tal vez el río se navegó en exclusiva con ayuda de aquellas piraguas talladas en un solo tronco que según Estrabón se usaban antes de que Augusto abordara la construcción y sistematización del sistema viario bético, ayudaría a explicar el papel privilegiado y rector que el núcleo urbano cordubense desempeñó en la organización geopolítica y territorial de la región desde su más remoto origen, al tiempo que su cosmopolitismo, su carácter multicultural y su papel como encrucijada vital de caminos, cuando las comunicaciones eran la premisa de cualquier iniciativa, y disponer de un buen lugar de acuartelamiento, aprovisionamiento de los ejércitos, almacenamiento y salida directa al mar, garantía de poder sostenible y conquista, al tiempo que símbolo evidente del nuevo orden político. Hasta el día de la fecha no disponemos, sin embargo, de argumento histórico o arqueológico alguno para defender que el Guadalquivir pudiera haber sido utilizado como vía comercial ordinaria y más o menos sistematizada entre Corduba e Ilipa (donde se deja de sentir el influjo de las mareas), más allá, quizá, de pequeñas barcas, y en el entorno inmediato de las ciudades, antes de la llegada de Roma. Tampoco, sobre la existencia de un puerto entendido como tal. No cabe descartar que hasta tiempos de Augusto una parte importante del comercio, sobre todo de metales, saliera al Mediterráneo a través del puerto de Malaca, adonde llegaría por vía terrestre.

La primera Corduba de la que arqueológicamente tenemos noticia eligió para su asentamiento una colina en la margen derecha del río -Colina de los Quemados, Fontanar de Cabanos, Huertas de la Salud o Huerta del Maimón, según la bibliografía o las fuentes a las que se recurra-, desde la que controlaba perfectamente los vados del mismo y también, si existió, el posible puerto, así como las rutas de salida del mineral de la sierra. Esto refleja con toda claridad hasta qué punto sus fundadores fueron conscientes de la interdependencia absoluta entre núcleo humano y curso fluvial. Si bien el modelo urbano, las características concretas del asentamiento y de su territorio, y todo lo que tiene que ver con su mundo funerario continúan siéndonos, en esencia, desconocidos, hoy sabemos que la ciudad indígena mantuvo cierta vitalidad cuando menos hasta los años finales del siglo II o incluso inicios del siglo I a.C., conviviendo por tanto, aunque no podamos determinar en qué grado ni en qué forma, con la primera presencia romana, que nada autoriza a considerar traumática, y que hasta la fecha no ha podido ser rastreada arqueológicamente. Las razones de por qué Roma no se instala sobre el viejo asentamiento prerromano, dándole categoría urbana mediante cualquiera de las fórmulas administrativas o jurídicas que la nueva gran potencia del Mediterráneo ensayó precisamente en territorio hispano, y por el contrario sintió la necesidad de fundar una ciudad de nueva planta algo más de media milla romana al Nordeste, las desconocemos en sus últimos extremos. Y otro tanto ocurre con el porqué decide alejarse unos 300 m del río, con lo que, de entrada, ello suponía de clara desventaja estratégica. ¿Tal vez la prudencia ante el poder destructivo y feroz de las crecidas...?

Sería sólo a partir de finales del siglo I a.C. cuando, según nos cuenta de nuevo el gran geógrafo Estrabón, muy posiblemente de la mano de la política colonizadora de Augusto, y quizás también con el concurso del ejército, Roma pondría especial interés en asegurar el uso del río como arteria prioritaria de comunicación. Córdoba añadía al nuevo marco geopolítico la prerrogativa de estar abierta por vía rápida y directa al Atlántico -y por éste a los territorios del norte-, y a través del Estrecho de Gibraltar, con ayuda de las corrientes marinas, al Mediterráneo. Fue así como Córdoba, Sevilla e incluso Écija, aun cuando de interior y en diferente medida, se convirtieron en puertos o escalas destacados de interacción con el orbe político y comercial de ambos mares.

* Catedrático Arqueología de la UCO

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