Diario Córdoba

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ENTRE LÍNEAS

Juan M. Niza *

Hostelería normal, anormal y paranormal

El sector está haciendo lo que puede con la luz y los productos carísimos y hasta sin hielo

Ciertamente esta columna en un principio, solo en principio, está basada en percepciones personales, pero como se llega a conclusiones que están respaldadas por macrocifras económicas, las estadísticas, los datos oficiales y por el propio sentido común, bien vale un arranque tan poco científico y subjetivo para hacer un análisis de un sector que es clave en este verano de economía quebradiza: el turismo y la hostelería. Se trata de dos actividades resucitadas tras dos años de pandemia, pero ahora condicionadas por nuevas crisis: la de abastecimiento de productos tecnológicos y básicos, aumento de costes energéticos y de materia prima, la inflación y, también, por el trasvase de grandes profesionales de la hostelería que en el parón de dos años por la crisis sociosanitaria han encontrado mejores y muchísimo más satisfactorias ocupaciones que la siempre sacrificada hostelería. Resumiendo, la hostelería está haciendo lo que puede con la luz y los productos carísimos, sin muchos de sus anteriores y mejores camareros y hasta sin hielo. Ahí queda eso.

Con estos mimbres, me ha bastado darme una pequeña vuelta por algunas ciudades de España (la cartera no llega para más este año) para darme cuenta de que ese topicazo de que la hostelería cordobesa da un servicio deficiente es ya solo eso... una de esas críticas típicas y autodestructivas basadas en otras épocas, pero que ignoran la realidad actualidad y el prestigio que tenemos. «¿Que son ustedes de Córdoba? Pues me ponen difícil aconsejarles algo que les impresione», me decían hace unos días en Mérida al elegir plato. Otro caso, éste para los que se quejan de que los camareros tardan en atender en las terrazas cordobesas: sepan que en la mayoría de las ciudades, el número de camareros bisoños que atienden como pueden los veladores es muy superior al que se encuentra en Córdoba, incluso con bares en donde el pobre aprendiz trabaja con la presión a su espaldas de un cartel que dice: «Se necesita camarero». Dos veces he visto esa escena.

Pero, entre lo normal y lo anormal de este verano para la hostelería, también hay situaciones que se adentran en el mundo del misterio, propias de un programa de Iker Jiménez, como esos establecimientos que se cierran por vacaciones largos días a pesar de que los hábitos turísticos y las rutinas de los parroquianos hayan cambiados aún más tras la pandemia y haya clientela de sobra a la que atender. O esos misteriosos ‘extras’ en la cuenta final en donde, por ejemplo, un bollito de pan que uno no ha pedido se cobra a dos euros. Más aún, visité recientemente una población en donde de un día para otro desapareció todo vestigio de hielo y se vio condenada a la sed de refrescos y cubatas (no es un chiste). Pero para fenómeno inexplicable en la hostelería, me asombra cómo se ha multiplicado la capacidad extrasensorial de muchos camareros, sospecho que no muy bien pagados y saturados de horas extras más allá de lo que figura en sus contratos, a los que se les encomienda una enorme cantidad de veladores. Me refiero a ese don paranormal de cruzar toda la terraza sin tropezar con sillas, mesas y clientes con la mirada alta, demostrando que trabajar de camarero despierta poderes sensoriales sobrehumanos si con ello se evita mirar a la cara de los clientes que, todos a la vez, están llamándole para que le atiendan.

Sin duda lo de una hostelería ‘normal’ se ha convertido en lo más ‘anormal’ en este raro verano.

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