Diario Córdoba

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Marcos Santiago Cortés

Hasta siempre Chirichichí

Hace unos días me enteré del viaje definitivo de Miguel Martín Montero, llamado cariñosamente por todos los gitanos de Córdoba como el tío ‘Chirichichí’ por la peculiar forma que tenía de jalear. Y no he podido resistir hacerle este homenaje ante tantas alegrías que este hombre dio a la juventud gitana de los ochenta. ¡Qué felices fuimos esa década! ¡Y cómo llovían los dineros en las antigüedades, en los mercadillos, con el turismo! Miguel ganaba súper honradamente billetes a punta pala en sus tiendas del casco histórico y se los gastaba con nosotras y nosotros dándonos gloria bendita en su casa para que nos mantuviésemos unidos. Claro, que a eso ayudaba que entonces teníamos una forma de ser que tengo que decir tristemente se está perdiendo. Ahora, las gitanos y gitanos creen que esto del tic toc, del Instagram ese del copón etc, en fin, de esas redes que llegan a todas partes en un segundo, son la piedra angular de la felicidad y la libertad. Puede que algo de razón tengan, pero creo que, paradójicamente, estamos más separados que nunca. Antes, en las bodas y bautizos no había tanto cubierto, pero rebosaba el cante sin tener que contratar a nadie.Y no digamos la navidad, donde era impensable que los días más señalados se organizaran fiestas en discotecas pues eso estaba muy feo; dado el sentido familiar de estas fechas, dejar a los mayores en casa viendo la tele era una deshonra. Por lo que hacíamos justamente lo contrario: juntarnos todos las mozuelas y mozuelos para ir de casa en casa a cantarle y bailarle a los viejos. Pero bueno, los tiempos siempre van hacia adelante y hay que adaptarse. Aunque sin renunciar a recuperar lo bueno. Y una forma de recuperarlo es recordarlo. Y por esa añoranza quiero hoy homenajear al tío Miguel, un baluarte de esa forma de ser y de ese arte tan humanitario. Y es que Miguel, consciente de la nobleza de esa forma de vida (fuese del barrio que fuese) y conocedor de que las mocitas tenían mucha más ilusión en lucirse en reuniones flamencas familiares que ir a un pub, hacía todas las semanas un evento, por tal, no solo de pasarlo bien, sino que interaccionáramos unos con otros. ¡Y anda que no salieron matrimonios de esa casa! Porque con aquellas fiestas tan sanas, alegres y con tanto ángel, él solo pretendía que las gitanillas, que entonces eran muy reacias a la forma de divertirse de los gentiles, tuvieran ese campo para pasarlo en grande y ponerse sus mejores galas. ¡Qué guapas y discretas eran las gitanas de mi época y que flequillos más graciosos se ponían! El hogar de este gitano estaba en la calle Conde Luque nº6, es decir, en la zona de la Mezquita más bonita. Y con que clase nos recibía el bellezón de su esposa Victoria y sus hijos, Miguel, Teresa y María José. En aquel patio de arcos en herradura, las palmas por bulerías paraban el tiempo hasta el amanecer. En la mansión de Miguel me puse por primera vez esa vestimenta que todos los niños gitanos soñábamos al hacernos mocitos como era la chaqueta cruzada azul marino. Recuerdo cuando bautizó a un perro como pretexto para hacer una fiesta o cuando se inventó una noche de año nuevo en pleno verano. Los años pasaron y aquellos jóvenes fuimos teniendo hijos a los que le contábamos lo precioso que era el roneo de antes gracias a personas como el tío Miguel. Hace unos días se nos fue y no puede despedirlo. Pero desde aquí te mando un guiño. Y como un cielo sin flamenco ni es cielo ni es ná, espero y deseo que, como hacías en tu mansión, en la Gran Casa Divina también te inventes pretextos para que Dios permita cantar y bailar a las gitanas y gitanos por toda la eternidad. Hasta siempre fenómeno.

 ** Abogado

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