Diario Córdoba

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José María Asencio Gallego

Entre acordes y cadenas

José María Asencio Gallego

Héctor es una mujer

No desea someterse a ninguna operación de cambio de sexo ni ser llamado de otra forma

Héctor es un tipo alto. Acaba de cumplir dieciocho años y ya mide cerca de 1,90. Su complexión es fuerte, atlética. Tiene el pelo corto, negro, y un rostro poderoso, con unos ojos penetrantes. Sus manos son grandes, tanto que puede agarrar un balón con una sola de ellas. Y sus piernas, musculadas, parecen las de un ciclista. Además, hace unas semanas decidió dejar de afeitarse para que su barba creciese libre y frondosa.

Héctor es, en resumen, un hombre. Pero no un hombre cualquiera, sino uno de esos que llegan a infundir temor con solo contemplarlos. Ahora bien, se trata de mera apariencia, pues basta una breve conversación con él para llegar a la conclusión de que es una persona encantadora, incapaz de hacer daño a una mosca.

Resulta, sin embargo, que, pese a su físico, Héctor se siente mujer. No desea someterse a ninguna operación de cambio de sexo ni ser llamado de otra forma, pero se siente mujer. Y desearía que todos le reconocieran como tal, como una mujer llamada Héctor.

Por fortuna, el Gobierno ha aprobado el Proyecto de Ley para la Igualdad Real y Efectiva de las Personas Trans y para la Garantía de los derechos de las Personas Lesbianas, Gais, Trans, Bisexuales e Intersexuales (LGTBI), conocida como «Ley Trans». Ésta permite a las personas trans solicitar ante el Registro Civil la rectificación sin necesidad de aportar informes psicológicos ni tener la obligación de hormonarse durante dos años, los requisitos que establece la legislación vigente. Lo único que deben hacer es acudir al citado Registro y volver a hacerlo a los tres meses para reafirmarse.

Dentro de poco, la votación se trasladará al Congreso y, si todo marcha según lo previsto, se aprobará.

Así pues, Héctor no solo será una mujer para ella misma, para sus adentros, sino para toda la sociedad, que necesariamente habrá de reconocerla como tal a pesar de su alta estatura, su nuez de Adán, su barba frondosa y las tres piezas que cuelgan entre sus piernas.

Esto significa que, mañana, cuando Héctor, convertido ya legalmente en mujer, se apunte a cualquier gimnasio, podrá ingresar en el vestuario de mujeres y allí interactuar con sus compañeras, las cuales, segurísimo, no notarán nada extraño en este hecho. Se sentirán totalmente seguras y tratarán a Héctor como a una chica más, a pesar de que, al secarse, deje caer su toalla al suelo y se pasee en cueros delante de todas ellas.

Pero es que a Héctor, además, le gustan las mujeres. Una cosa no quita la otra. Es mujer y le gustan las mujeres. Es, por tanto, lesbiana. De modo que, en el vestuario, intentará hablar con aquellas compañeras de deporte que le resulten más atractivas. A veces lo hará con toalla y a veces sin ella, causando un natural revuelo cada vez que se ponga manos a la obra.

En cualquier caso, como hemos dicho, Héctor es un trozo de pan. Jamás se le ocurriría faltar al respeto a ninguna mujer. No como Ramón, una terrible persona que, tras ser condenado por dos delitos de agresión sexual a mujeres adolescentes, acaba de manifestar públicamente que se siente mujer y, por tanto, ha solicitado su ingreso en una prisión de mujeres.

Allí, al parecer, compartirá celda con otra mujer, que, al enterarse de la noticia, lejos de asustarse por la posibilidad de dormir junto a un reconocido violador, está contenta porque por fin tendrá una compañera de cuarto. Un tanto peculiar, es cierto, pues Ramón no es tan alto como Héctor, pero es fornido y tiene la voz ronca, como si se hubiera fumado todos los cigarrillos del mundo.

Lo mismo pensarán las demás reclusas que, durante mucho tiempo, años, dice la sentencia condenatoria, habrán de convivir con Ramón, físicamente hombre, pero legalmente mujer y, además, delincuente sexual.

Esto puede parecer una broma. Sin embargo, no lo es. Son casos reales. El primero tuvo lugar hace un año en Los Ángeles, California, cuando una mujer se quejó al recepcionista de un balneario de que un hombre, que se identificaba como mujer, se estaba paseando con los «genitales colgando» por el vestuario de mujeres. Y el segundo, en el año 2016 en Manchester, Inglaterra, cuando un hombre condenado a pena de prisión por dos violaciones y otros delitos sexuales alegó sentirse mujer con la intención de ser trasladado a una cárcel femenina. De hecho, así lo acordaron las autoridades inglesas siguiendo las directrices gubernamentales y de las ONG’s, que recomiendan que el sitio de internamiento de los presos coincida con el género que expresan y no con el fijado al nacer.

Se trata de derechos, de reconocer derechos, dicen algunos, los defensores a ultranza de la Ley Trans. Pero, como suele ocurrir, nadie mira la letra pequeña.

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