Diario Córdoba

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José Javier Rodríguez Alcaide

La Córdoba de Vázquez Ocaña

En la taberna «se descubre la diplomacia ancestral y la discreción de la ciudadanía de Córdoba»

Acabo de leer ‘Córdoba en España’, escrito en 1929 por Fernando Vázquez Ocaña, periodista baenense nacido en 1898, quien ha sido minuciosamente analizado por otro periodista paisano, de nombre Francisco Expósito.

El autor califica este escrito de ‘libro’ a modo de prospecto de Córdoba. El documento ha sido recuperado por Expósito del subfondo Vázquez Ocaña, que se conserva en la Fundación Juan Negrín .

Vázquez Ocaña tenía la edad de treinta y un años cuando escribió este prospecto de muchas páginas y se había instalado en la ciudad de Córdoba como periodista a finales de 1919, de modo que debía conocer bien aquella sociedad cordobesa.

Dedica varios párrafos a los barrios y a las casas de Córdoba. Sus casas eran de color ‘zarco, fláveo, rubio, cobalto’, que son «tonos hijos de la cal que depuran el estruendo de la blancura, tan cruel a pleno sol». Obviamente, nos pide que nos asomamos a sus patios.

Dice del patio que «huele a aseo y a flores; la cal absorberá sensualmente al éter y destilará su linfa. Todo relucirá limpio. Habrá una mujer vieja que surcirá silenciosamente unos trapos impolutos. Habrá una mujer joven que grita a un bebé palabras en flor: ¡ corazón de incienso! Esta escena cotidiana basta para revelar a un pueblo que, a pesar de sus miserias, posee una esclarecida inspiración para la vida».

Tal descripción de la casa familiar cordobesa y de su patio debería ser portada en los folletos que ensalzan nuestros patios como Patrimonio universal.

A nuestra ciudad la califica de Serenidad, claridad, pulimento. Y todavía sigue siendo así nuestro casco histórico en la Axerquía.

Dice mi paisano de Baena que el cordobés de aquellos años «tenía una especial disposición ante la vida». Se pregunta en este libro si esa actitud es «ironía, melancolía o serenidad».

Cree que el cordobés de los años veinte del siglo pasado «tiene cierta capacidad para la abstracción, cualidad que escasea en otros andaluces». Termina el párrafo afirmando que el cordobés a veces exhibe intolerancia, rustiquez, vicio. Así que todo no iba a ser bueno entre aquellas gentes.

Obviamente escribe sobre las tabernas y del medio dice que es como «un cáliz» cuando lo tiene en sus manos y «mira al cielo». Recuerda el pontificado del buen tabernero, dejando como modelo a «Pedro Ruiz, el de la Puerta Nueva».

Dentro de la taberna «se descubre la diplomacia ancestral y la discreción de la ciudadanía de Córdoba».

Finaliza estos párrafos con esta frase: El vino y el rosario perviven en las tabernas de Córdoba y en sus conventos, bien nutridos de frailes.

Tanto que, en los mosaicos descubiertos en la plaza de la Compañía y en el sótano de la casa de Rafael Cruz Conde, se representa al dios Baco.

Yo he pasado con frecuencia por los barrios históricos de la ciudad desde 1960 hasta hoy y me sorprende leer que en los años veinte del pasado siglo «entrar en el barrio de los piconeros ( Santa Marina ) con sombrero de paja era motivo de apedreamiento». Que nadie se atrevía a pasar de noche por el barrio de los esparragueros ( San Lorenzo ). Ni por el de los gitanos que es el Alcázar Viejo. Ni por el Campo de la Verdad donde la arriería y los tratantes tenían campamento. Yo, que viví en ese Campo de la Verdad desde 1950 a 1968 y al que continúo visitándolo en algunos fines de semana, nunca pensé que, treinta años antes de 1950, ese barrio era el cuartel tradicional de los trapaseros y hampones.

Todo ese ambiente cambió radicalmente desde 1949 con la llegada del obispo Fray Albino, quien desarrolló su obra benéfica, llamada de la Sagrada Familia.

Muchos cordobeses deben leer este librito de Vázquez Ocaña, recuperado por Francisco Expósito y que acabo de comentar.

A los tres: autor, descubridor de Vázquez Ocaña y lector nos une el ser de Baena.

 ** Catedrático emérito de la Universidad de Córdoba

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