Diario Córdoba

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Carmen Albert

TRIBUNA ABIERTA

Carmen Albert

Sin verde ni azul

Los expertos dicen que si una ciudad se queda sin árboles, todo en ella empeorará: hará más frío y más calor, el aire perderá calidad

¿Qué pasará si desaparecen el verde y el azul de nuestro paisaje? ¿Todo se volverá de color sepia -nosotros también- como en las fotografías antiguas?

Cuando era pequeña y miraba las de mis familiares mayores me preguntaba si antes la vida había sido así, monocroma. Quizá los colores surgieron después, poco a poco, iluminando la vida. Y, como me lo creía, me sentía afortunada.

Ahora se cumple un año de la peor tragedia del Mar Menor, de la muerte de toneladas de peces que convirtió ese mar azul en un charco de color pardo. Mientras, cada verano los montes arden y sierras como la de La Culebra en Zamora, que albergaba tanta vida en su interior, pierde el verde y se convierte en una humeante pira gris.

Las ciudades también se quedan sin color. En Córdoba, finalizada la remodelación de uno de sus lugares más hermosos, la plaza de San Lorenzo y el Realejo, los vecinos denuncian el resultado: su barrio se ha convertido, sin apenas árboles, en una gran parrilla de granito gris, un gris que no los aliviará del calor inclemente que cada año ocupa más tiempo en sus vidas.

Los expertos dicen que si una ciudad se queda sin árboles, todo en ella empeorará: hará más frío y más calor, el aire será de peor calidad, aumentará el riesgo de inundaciones, se perderán especies de animales y plantas y la vida de sus gentes se empobrecerá. Las zonas verdes favorecen la vida activa y las relaciones sociales, imprescindibles para una buena salud física y mental. Incluso se perderá turismo y empleo. Se perderá turismo porque, aunque al principio parezca que los negocios de hostelería prosperan al poder instalar más veladores, a medida que la ciudad se vuelva cada vez más inhóspita se vaciará de visitantes.

Algo similar ocurrirá si no se integran, o se descuidan, los espacios azules: las masas de agua naturales (litorales marinos, riberas de ríos y lagos) o artificiales, como esas plazas líquidas que incorporan fuentes y lagunas. Las ventajas de los espacios azules son las mismas que las de los verdes, a los que están íntimamente unidos.

Entre 1998 y 2008 se realizó un estudio en Lisboa para determinar la influencia de las zonas verdes y de las zonas azules (estuario del Tajo y litoral atlántico) en el aumento de la mortalidad en las personas mayores atribuida al calor. Este trabajo mostró que vivir cerca de espacios verdes y azules (incluso a varios kilómetros de las zonas de agua) mitigaba las cifras de muerte atribuidas al calor. ¿Habrán tenido en cuenta estos resultados los urbanistas y políticos en los que recae la toma de decisiones sobre planificación de las ciudades? Los investigadores les invitaban a ello.

Solo he ido una vez al Mar Menor. Tenía ocho o nueve años y fui con mi hermano Vicen a visitar a unos tíos que veraneaban allí. No nos gustó. Acostumbrados a playas abiertas con agua fresca y estimulante donde podíamos jugar a saltar olas, aquello parecía un charco poco profundo, caliente y demasiado quieto. Pero lo recuerdo azul.

A veces pienso en volver allí a disculparme por no haber hecho nada por evitar su estado actual. Le diría que no sabía cuánta vida contenía hasta que vi las toneladas de peces muertos flotando sobre un líquido pardo. Tendría que disculparme también con los montes quemados y con el barrio más bonito de Córdoba, convertido en una parrilla de granito. Pero no serviría de nada hacer solo eso. Quizá tendríamos que plantearnos otras medidas con los que toman decisiones, o con los que no toman decisiones. Mientras no lo hagamos, seremos como ellos: dejaremos que desaparezcan el verde y el azul y entonces puede que todo se vuelva sepia y tiña nuestra vida con ese aire triste que imaginaba en las fotografías que miraba de pequeña.

** Psiquiatra

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