Diario Córdoba

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Miguel Donate Salcedo

caligrafía

Miguel Donate Salcedo

Un viejo eco en la sangre

Tu padre dice que cuando naciste --diminuta, ligera, tensa tortuga dormida-- te contaron los dedos y los ojos y te susurraron en los oídos y te acariciaron los pies, por amor, cree; por el instinto de comprobar si serías viable en el mundo más antiguo, piensa; superponiendo el quererte con la supervivencia. Miro a tu padre obstinado en que su corazón entre por tus oídos, como un metrónomo de tu sueño. Miro cómo querría besar el aire de tus pulmones y cómo le vienen a la cabeza veinte años de profecías sobre ti, completamente equivocadas. Miro la lengua de tu padre escondiéndose detrás de sus dientes para pronunciar tu nombre, letra a letra, con reverencia y conquista. Él sabe, tú lo sabes en el nudo de tu cerebro de semanas, que sus pensamientos, sus humores, sus alquimias, las electricidades de su seso te pertenecen.

Bienvenida a un índice de dudosos genes y talentos. Espero que crezcas pensando que todos tus gestos son tuyos, que son tuyas tus inclinaciones y el tono de tu idioma, y que ya crecida se te despliegue el atlas de tu sangre y descubras que mueves los dedos como un tatarabuelo, que te despiertan la ira o la risa lo que enerva a tu abuela, que hay gente hecha eternidad en la frontera de tus venas. No maldigas tus herencias sin desposeerte de los dones que has recibido de idéntica fuente. Y paga tus deudas: utiliza tus talentos para lo bueno, para lo bello y para lo justo. No tengas miedo, solo alimenta frío y tumores, el miedo. Enciende todas las cerillas de golpe y muérete en un estallido de luz si hace falta. Alumbra al final lo que seas tú sola y grítalo.

Un bisabuelo tuyo pensaba que tal vez la voz humana fuera eterna, permaneciendo sus ondas donde se pronuncian. Pasado un tiempo ningún oído las percibe, son indetectables y fantasmales. Puede que quede un viejo eco en la sangre más que en los espacios, en tu sangre y en la mía, que ambos reconoceremos en algún momento para actuar poseídos. Lo extraño es que miles de años de uñas rotas y piel sucia, de dientes quebrados y desesperación, a mí se me conviertan instantáneamente en quererte. Se supone que a nosotros la sangre nos la separan tres grados, o sea, que mi eco tiene que buscar a tus abuelos y bajar a mi hermano, tu padre; y de él a ti. De ese agua bebemos, ese es el rumor que vamos oyendo juntos. No es que la sangre llame todos los días. Suele verse más su sedimento, su suciedad, los trombos que se encumbran en las sienes hasta el justo momento de tomar la decisión que te amarga la vida. Llama en instantes concretos, secretos, aparentemente irrelevantes. Entonces harás bien en que tus manos no salgan limpias. Mejor mancharte las manos que la conciencia.

Cuando tus padres te enseñen a hablar, irán descubriendo significados maravillosamente ignorados en las palabras, obvios e ineludibles de pronto. Tú, nada menos, vienes a robarles la palabra Sol. Una inmensa energía que alimente el viaje último de la voz, y devuelva el eco.

* Abogado

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