Diario Córdoba

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Carmelo Casaño

La razón manda

Carmelo Casaño

Pesimismo en una noche tórrida

Habitamos en el extremo de una galaxia donde la vida racional quizás sea una singularidad cósmica

Si, según Goya, «el sueño de la razón produce monstruos», según nuestra experiencia, los insomnios de la canícula originan pensamientos demoledores que conducen al pesimismo. Lo tuvimos claro la noche tórrida del pasado 24 de julio, cuando, ni con ventilador, podíamos pegar un ojo. Tomé papel, bolígrafo y, como quien medita en voz alta, escribimos lo siguiente: El calentamiento global, el agujero de la capa de ozono y el efecto invernadero, además de situaciones denunciadas para que seamos más responsables y menos contaminadores, son realidades irrefutables, pues en España estamos alcanzando las temperaturas más altas desde que existen registros del clima, en el Reino Unido sufren calores insólitos de 40 grados a la sombra, en Italia el Po parece en algunos trechos un arroyuelo quieto y en los Alpes han desaparecido muchos ventisqueros con nieves perpetuas.

Enseguida, nos pusimos a repasar todos los desastres que, según nos recuerdan los peritos, pueden ocasionar las contaminaciones atmosféricas y la conversión de los mares en cloacas. Los más pesimistas advierten que, en muy poco tiempo, tal vez un par de siglos, puede haber una extinción de la vida, como ya sucedió tres veces en nuestro planeta azul, después de que llegase una célula, de procedencia ignorada, con capacidad para reproducirse y evolucionar.

Si queremos entender bien lo que, según dicen, puede suceder, debemos saber lo indudable. Y esto es que habitamos en el extremo de una galaxia corriente, en un planeta pequeño donde la vida racional quizás sea una frágil singularidad cósmica. También, debemos tener presente que, hace millones de años, fueron bosques frondosos los actuales depósitos de oro negro que rigen la economía global y contaminan el aire que respiramos. Igualmente, es necesario conocer que la configuración de los continentes emergidos y los océanos está en continua mutación porque, pese a no percibirlo visualmente, las placas tectónicas que sustentan la superficie del planeta no paran de moverse, de friccionarse, de modificar la morfología de la tierra firme.

Con estas premisas, y la insensata acción humana, no es un imposible que el devenir de la vida en la Tierra acabe en desastre, como predican quienes no paran de presagiarnos el calamitoso deshielo de los casquetes polares, las altas mareas que se llevarán ciudades enteras del litoral, la muerte de los glaciares, las sequías y las inundaciones bíblicas, el exterminio de los arrecifes con corales, la proliferación de tornados y huracanes desenfrenados, las extensas desapariciones de la flora y la fauna... Bueno, ya paramos.

Dicha sensación catastrófica, tan difundida por los medios de comunicación, a la que debemos añadir los incendios forestales, nos trae una pequeña reflexión: si, en verdad, estamos en el prólogo del final de los irresponsables homínidos que sustituyeron a los dinosaurios, ésta sería la única vez que el suceso no se deberá a agentes externos, a impactos de grandes meteoritos.

Como la madrugada de esta noche toledana sigue siendo extremadamente calurosa, podríamos continuar desgranando desdichas que parecen tomadas de la ciencia-ficción pues, a veces, para evadirnos de la cruda realidad, damos ese nombre a lo sobrehumano.

Fiel a mi costumbre, después del punto final, releo lo que he escrito y hago autocrítica. Hoy, tengo la impresión de que nos hemos pasado de pesimistas debido, posiblemente, a estos calores que nos tienen tan asados como a san Lorenzo.

*Escritor

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